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Querido lector: Seguramente cuando este posando sus ojos sobre estas letras ya habrá felicitado a todos sus maestros.

Aquellos que, independientemente de enseñarle a leer, sumar y multiplicar le hicieron quitarse el miedo, a desarrollar sus habilidades y a encontrar la vocación para aquello a lo que se dedicaría el resto de sus días. Sin embargo no debería dejar fuera a los maestros que se encuentran más allá, fuera del aula o de alguna institución con clave de la SEP, esos que la vida tiene a bien poner en su camino y que con su disfraz de pareja, hermano, papá o amigo le han llenado con aquellas lecciones en las que no se necesitan marcadores ni papel.

Verá. Cada encuentro que tenemos con alguien más, viene con un sutil regalo bajo el brazo que nos hace conocernos y por un lado, admirarnos, mientras que por el otro, mientras observamos aquellos “peros” que le ponemos al obsequio, nos ayudan a darnos cuenta de todo aquello que debemos trabajar.

Estos tropiezos no son casualidad sino más bien una reunión necesaria para las asignaturas de: amor propio, seguridad, ayuda, empatía, compañerismo y relaciones sanas que en ninguna institución se enseñan, solo en el transitar de la vida.

Cada una de nuestras relaciones nos dan la oportunidad de conocernos, de saber cómo nos estamos manejando ante vida; como nos sentimos, que nos hace ponernos tristes o enojados. El rechazo por ejemplo puede causarle indiferencia a una persona y a otra provocarle tristeza.

Cada una de estas emociones generadas de un evento permiten saber qué es lo que está pasando conmigo, que debo trabajar.

Como en las escuelas, hay maestros buena onda y otros que parecieran no serlo tanto. Los primeros son aquellos que se acercan a nosotros y con palabras bonitas, como si fueran un caldito de pollo nos dan unas lecciones que agradecemos desde lo más profundo del corazón.

Por otro lado, hay otro tipo de maestros que nos hacen reflexionar de otra forma y es donde la situación se torna mucho más interesante.

Cuando por ejemplo, estamos con nuestro jefe y nos hace una observación sobre una actividad que hemos hecho, probablemente nos enojemos y lo primero que hagamos al estar en contacto con nuestros compañeros de trabajo sea hablarle de lo exigente que es y del poco tacto que tiene para decir las cosas, si te das cuenta, la atención total está en la otra persona y  no sobre quien realmente debería estar: sobre mi.

Si en lugar de crear una posible personalidad de mi jefe: “enojón, frustrado, amargado, todo lo quiere rápido” cambio el reflector hacia mí y decido ver porque me causa tanto desequilibrio lo que sucedió e indago porque me molesta tanto, posiblemente encuentre algo de lo cual no me había percatado: “mi mamá me pedía en un tono similar las cosas” “Me recuerda mucho a mi papá que cuidaba tanto los detalles como mi jefe” y es entonces donde aparece el maestro para mostrarme aquello que aún no tengo sanado y sobre lo que necesito ponerme en paz.

Así que independientemente de la Miss y el Profe que recuerdo con tanto cariño de mis días de escuela, tengo también que agradecer a aquellos que con su palabra me han ayudado a entender mejor la vida y a los que, al mostrarme el “caos” que generan en mi persona, han llevado mis manos – cual buen alfarero –  a trabajar sobre mi ser.


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