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El Club 99

En cierto reino habí¬a una vez un rey  que a pesar de su posición se encontraba muy triste, éste tení¬a un sirviente que era muy feliz. Todas las mañanas le servía el desayuno y despertaba al rey cantando y con una gran sonrisa.

Un dí¬a el rey le mandó a llamar y le hizo la siguiente pregunta:

– ¿Cuál es tu  secreto?, el sirviente no comprendiendo la pregunta le respondió extrañado

– ¿Cuál secreto, Majestad?,  el rey repuso

– ¿Cuál es el secreto de tu alegrí¬a?,  el sirviente repuso,

– No hay ningún secreto, señor, no guardo ningún secreto, no tengo razones para estar triste, tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la Corte nos ha asignado, tenemos vestido y alimento, además usted me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos, con todo esto, ¿cómo no he de estar feliz?

 

Al rey no le satisfizo la respuesta y le parecía absurda y simple. El rey llamó al más sabio de sus asesores para preguntarle si acaso el sabia por qué el sirviente era feliz.

– Majestad, respondió el sabio, lo que sucede es que él está fuera del Club de los 99. El rey más extrañado preguntó,

-¿Fuera del club?

– Así¬ es, repuso el sabio.

-¿Y eso es lo que lo hace feliz? Preguntó el rey.

– No Majestad, en realidad eso es lo que no lo hace infeliz.

El soberano seguía sin comprender y más confuso,

– A ver si entiendo, estar en el club te hace infeliz…¿y cómo salió de ahí?

– En realidad Nunca entró.

– Y…¿cuál es ese club de los 99? inquirió de nuevo el rey.

– La única manera como podrá entenderlo es haciendo entrar a su sirviente en el club.

– Eso es, obliguémoslo a entrar- expresó el rey.

– No, alteza, a nadie se le puede obligar entrar al club, si le damos la oportunidad, él entrará solo, esta noche le pasaré a buscar y debe tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos.

Esa noche el sabio pasó a buscar al rey con la bolsa de las 99 monedas de oro dirigiéndose a la casa del sirviente. Al llegar pusieron la bolsa con una pequeña nota que decía:

“Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie cómo lo encontraste”.

El rey y el sabio se escondieron en un arbusto que estaba justo a una venta y se dispusieron a observar lo que sucedería en el interior.

El sirviente encontró la bolsa y entró inmediatamente procediendo a apilar las monedas y contarlas una por una. Sorprendido contó 99, y expreso en voz alta

– ¡99 monedas es mucho dinero, pero, falta una moneda, 99 no es un número completo, 100 es un número completo pero noventa y nueve, no!.

El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veí¬a, escondió la bolsa entre la leña.

Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos para saber cuánto tiempo tendrí¬a que ahorrar para completar la moneda número 100.

Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla, después quizás no necesitaría trabajar más. Le pudiera pedir a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo, él mismo al terminar su tarea en el palacio, podrí¬a trabajar hasta la noche y obtener un extra mas.

Sacó sus cuentas y sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reunirí¬a el dinero.

Era demasiado tiempo y no podía esperar muchos años. Hablando en voz alta expresaba sus ideas de como agilizar más este proceso de adquirir la moneda faltante e ideó un plan más:

– Quizá, si pudiera llevar al pueblo lo que queda de comidas todas las noches y venderla nos ayudará, de hecho, cuanto menos comamos, más comida habrí¬a para vender…Vender… Vender… está haciendo mucho calor, y ¿Para qué tanta ropa de invierno? ¿Para qué más de un par de zapatos? Todo esto será un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaré a la moneda cien.

El rey y el sabio, se retiraron y volvieron al palacio.

El sirviente habí¬a entrado en el Club del 99. Durante los siguientes meses, el sirviente seguía sus planes tal como los ideó aquella noche.

Una mañana, el sirviente entró a la alcoba real golpeando las puertas y malhumorado.

-¿Pasa algo?- preguntó el rey de buen modo.

– ¡Nada me pasa… nada me pasa! El rey repuso:

– Antes, reías y cantabas todo el tiempo.

– Hago mi trabajo, ¿No? ¿Qué quiere su alteza? ¿Qué sea su bufón también? Respondió bruscamente el sirviente.

No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable tener un sirviente que estuviera siempre de mal humor, y los planes se vinieron abajo.

Por alguna razón pensamos que siempre nos falta algo para estar completos, y sólo “completos” podemos ser felices, y como siempre nos falta algo…

Permítame dejarle este pasaje de la Biblia: “Así que, si tenemos ropa y comida, contentémonos con eso. Los que quieren enriquecerse caen en la tentación y se vuelven esclavos de sus muchos deseos. Estos afanes insensatos y dañinos hunden a la gente en la ruina y en la destrucción”

(1ª Timoteo 6:8-9 NVI).

Que tenga un excelente Fin de Semana y gracias por su atención.


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