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El viejo violín.

Se cuenta que con un viejo violín un hombre se ganaba la vida. iba por los pueblos y comenzaba a tocar algo que según este hombre era una melodía, que en realidad no se escuchaba tan mal pero no era suficiente como para mantener la atención de la gente que circulaba por la calle.

Al final el hombre pasaba una gorra agujereada y sucia entre la concurrencia que por alguna razón permanecía escuchando la ejecución de la melodía.

El artista tenía la esperanza de conseguir unas monedas para librar el día.

Un día como todos los días, comenzó a tocar como solía hacerlo, la gente se reunió alrededor del hombre. Unos ruidos más o menos armoniosos salían de aquel viejo violín. No daba para más, ni el violín, ni el violinista.

De visita por el pueblo se encontraba un famoso compositor y virtuoso violinista. Este, se detuvo frente a la multitud y al final de la melodía, se acercó al hombre quien había tocado con gran dificultad una melodía conocida por la concurrencia.

El artista lentamente se acercó y tomó el instrumento entre sus manos, lo afinó con gran facilidad y comenzó a tocar una pieza asombrosamente bella.

El mismo dueño del violín se quedó perplejo y lleno de asombro al escuchar que de su viejo instrumento salí una melodía extremadamente bella.

Iba de un lado a otro diciendo –“es mi violín… es mi violín”, no salía del asombro pues nunca pensó que aquellas viejas cuerdas encerraran tantas posibilidades.

Hay ocasiones en las que tenemos que reconocer que a pesar de nuestro gran esfuerzo en la vida algo nos está faltando.

Damos el extra, pero aún así no quedamos satisfechos con la ejecución de nuestro talento, habilidad.

Nos sentimos como un violín algo estropeado y quizá nos percibimos con alguna “cuerda” faltante, un instrumento sucio y algo desafinado y cuando intentamos tocar algo serio en la vida solo salen “ruidos” y hasta discordantes.

En otras palabras para nada se percibe armonía en nuestra vida y al final pasamos la gorra toda llena de hoyos esperando recibir una aprobación o una pequeña consideración de nuestra gran ejecución y levantamos la gorra y las dos o tres monedas se fugaron por aquellos agujeros.

Nos sentimos tan mal que damos la media vuelta y continuamos nuestro peregrinar por la vida sin grandes expectativas y el pesimismo se va haciendo más grande en nuestro corazón.

Vamos recogiendo migajas solamente y a final de cuentas como dice el refrán, “Quien se alimenta de migajas… anda siempre hambriento”.

¿Sabe una cosa? Si permitimos que el Gran Compositor de este mundo tan armonioso llegue a nuestra vida, nos tome en sus manos, le pase un paño para limpiarnos que tanta falta nos hace y con sus manos tiernas nos afine o ponga esa cuerda que tanta falta nos hace y dejemos que Él ejecute la melodía que tiene en mente para cada uno de nosotros, no solo correremos de un lado hacia otro asombrados sino tendremos un propósito y lugar en la gran sinfónica de Dios.

Jesús declaró en cierta ocasión y citando al profeta Isaías una promesa que estoy seguro usted y yo la necesitamos hoy “…me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón…” (Lc. 4:18 RV60).

Caminamos por la calle sonriendo a quien nos saluda. Nos preguntan ¿cómo estás? Y la respuesta automática es – “bien, gracias a Dios…” y continuamos por dentro llorando.

Y como aquella poesía del gran poeta y político mexicano Juan de Dios Peza tan acertadamente expresa: “¡Cuántos hay que, cansados de la vida, enfermos de pesar, muertos de tedio, hacen reír como el actor suicida, sin encontrar para su mal remedio!”.

Estimado lector, quiero extenderle una invitación para que con sinceridad se acerque al único que puede sanar ese corazón quebrantado, esa vida rota o desafinada… a Jesús.

Le agradezco su atención y sinceramente le deseo que tenga excelente día y Fin de Semana.


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