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Una conciencia limpia.

En el siglo pasado, por el año de 1940, un hombre ya entrado en años entró a la oficina de una estación de ferrocarril en Canadá y con voz entrecortada preguntó en la ventanilla:

– ¿Cuánto cuesta una traviesa? (la viga donde descansa la vía).

Esta pregunta dejó algo desconcertado al dependiente, ya que su labor era vender los boletos de viaje. Después de un rato, tras la insistencia del anciano y después de haber consultado con su superior, el hombre de la ventanilla le dijo que tenían un costo de unos ochenta dólares.

El anciano que había esperado pacientemente la respuesta, sacó su billetera del bolso de su pantalón la cantidad expresada y la puso sobre el mostrador. Viendo la sorpresa del dependiente que no sabía que hacer, el anciano le dijo con una franca sonrisa:

– Hace unos 40 años, robé una traviesa de ferrocarril. Desde que me hice cristiano, aquél hecho me ha remordido la conciencia cada día, por favor tome el dinero pues quiero vivir con una conciencia tranquila.

La honradez es uno de los valores que pareciera todos hablamos y la exigimos cuando se trata del trato de los demás hacia nosotros.

En raras y contadas ocasiones se observa en nuestra sociedad y es motivo de admiración cuando debería ser la regla y no la excepción.

No se diga cuando se trata de arreglar cuentas pendientes y pasadas. Las sepultamos en el olvido y con expresiones como “borrón y cuenta nueva”, seguimos como si nada hubiera ocurrido.

Se dice que un hombre viajaba diariamente a su trabajo en ferrocarril. En ocasiones cuando se le hacía tarde, el hombre lograba subir al último vagón por la puerta de atrás cuando el tren ya estaba en marcha, de manera que ya no era necesario tener que pagar su boleto pues no se lo revisaban ya que en la siguiente estación bajaba y el que checaba los boletos no lograba revisar en esta sección.

Al día siguiente el hombre compraba dos boletos, uno le entregaba al que perforaba los boletos y el otro lo rompía y lo tiraba a la basura, pues él decía que quería tener una conciencia limpia, sana y libre de todo remordimiento de cuentas pendientes.

Un hombre llamado Zaqueo, tuvo un encuentro con Jesús. Éste hizo un gran banquete en casa y la gente que estaba en aquel gran banquete murmuraba ya que era un cobrador de impuestos con una no muy buena reputación.

De pronto se puso en pie y exclamó: “Ahora mismo voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes y si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea” (Lucas 19:8 NVI) Es interesante lo que Jesús expresó después de escuchar a este hombre expresar aquellas palabras, “hoy ha venido la salvación a esta casa”.

Si bien es admirable observar y vivir con honestidad, el valor de arreglar cuentas pendientes aunque hayan sido muy en el pasado es mucho más asombroso.

Vivir con una conciencia limpia, no tratando de convencernos y convencer a otros de nuestra honestidad, cuando en realidad sabemos que nuestras acciones no fueron tan leales y honestas que digamos es una virtud que traerá paz a nuestro corazón y paz con Dios.

Menos bla, bla y más acciones son las que necesita nuestra sociedad, pero mucho más nosotros y no para ser vistos por los demás sino para tener una conciencia tranquila y ser libre de los sentimientos de culpa que nos pueden seguir hasta el final de nuestros días.

Le agradezco la oportunidad que nos brinda con su lectura a este Momento de Reflexión y que tenga un excelente Fin de Semana.


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