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La ofrenda de muertos prehispánica.
Hace algunos años en mi época universitaria, llegaron a mi salón los compañeros de la sociedad de alumnos, a invitarnos a realizar una ofrenda de muertos a modo de concurso, y nos entregaron la convocatoria, haciendo hincapié en los elementos que debían incluirse, fue tanta mi ilusión que ni consulte con el pequeño grupo de compañeros, y dije firmemente que si participábamos.

Al salir el catedrático me dirigí al grupo, que aunque habían escuchado todo no sabían bien a que los había comprometido, les leí la convocatoria y les dije que participaríamos pero que seguro íbamos a perder, pues no cumpliríamos ni con un 10% de los requisitos, pero que en cambio les mostraríamos el origen de la tradición de una manera sencilla pero más pura, se sintieron motivados y curiosos de participar y escuchar mi plan.

Las ofrendas prehispánicas a diferencia de la fusión que ahora conocemos, eran montadas a nivel de piso, nada de escalones ni manteles morados, obviamente sin elementos cristianos que vemos ahora marcadamente en el sincretismo actual.

Para los pueblos del centro de México era muy importante esta celebración, pues se convivía en una gran fiesta que reúne familias completas, al recibir a los parientes que habitan el reino del Mictlan o el más allá.

No sería fácil reunir todos los elementos pero pondríamos todo de nuestra parte para compartir lo más representativo y simbólico de la tradición.

Pintamos murales sobre papel crash, de 3 * 3 metros que enmarcarían la ofrenda, a la entrada sobre papel negro hicimos la representación del Tzompantli (pila de cráneos), detrás de ellos representamos a Mictlantecuhtli y Mictlantecaziuatl, los señores del inframundo, después representamos el Tlalocan que es el lugar a donde van los difuntos que mueren en circunstancias relacionadas con agua, el Omeyocan que es a dónde van los guerreros y las mujeres que morían de parto y el Chichihuacuauhco que es a dónde van los niños a beber del árbol que mana leche.

Al fondo de la ofrenda el mural fue la piedra del sol para integrar en un todo el simbolismo mechica, en el suelo trazamos con aserrín los cuatro rumbos dedicados a los elementos regidos por, Xipetotec: el Colorado, Tezcatlipoca: el negro, Quetzalcóatl: el Blanco y Huitzilopochtli: el azul, al centro hicimos la cruz del señor Quetzalcóatl con flores de cempaxúchitl que es perfectamente simétrica y todo lo rodeamos con diferentes clases de semillas de maíz y frijol.

Sobre un petate dispusimos las diversas viandas, todas preparadas con maíz, frijol, calabaza, así como bebidas tradicionales atole, champurrado y pulque, en recipientes de barro, jícara y hoja de plátano.

Conseguí dos grandes ollas de barro de más de un metro de alto, pues en algunos lugares se acostumbraba envolver al difunto en su petate, cubrirle los ojos e introducirlo en una olla de barro donde reposaría en forma fetal de manera semejante a un vientre y esta era enterrada a manera de ataúd y mortaja.

Enmarcamos todo con flores y jarritos llenos de ocote encendido, nos vestimos de manera tradicional y llevamos humerios con copal, colocamos música tradicional así como diversos instrumentos musicales tradicionales.

Cuando nos repartieron los números para ubicar nuestro altar dentro de los patios de la institución, nos tocó el número cuatro, mi sonrisa se duplicó, mientras comenzamos a colocar todos los elementos los jueces y los compañeros ce acercaban a hacernos preguntas, pues era totalmente claro que no sabíamos lo que hacíamos. Preparamos una reseña con el tema y lo mandamos imprimir sobre papel amate al que decoramos con las mismas imágenes a escala de los murales, pintadas en óleo.

Se llegó la hora de la verdad, el grupo de jueces y directivos de la institución comenzaron a realizar el recorrido eran distraídos por los aromas de nuestro altar, mis alumnos del Cecyte, me habían donado todas las flores de sus altares que ya habían desmontado así que la profusión de fuego, color y aromas era intensa, se hizo de noche, la atmosfera llena de perfumado copal y cuando comenzamos a explicar el por qué y la intención de nuestra ofrenda, los jueces no podían creer, realizaron un sinfín de preguntas, al final se retiraron a deliberar y saliéndose del protocolo volvían a salir y a preguntarnos más, 2 horas después de lo esperado, nos informaron que aunque nos habíamos salido de la convocatoria, habíamos ganado el concurso, porque, aun sabiendo que salíamos de las reglas, les habíamos demostrado que los orígenes de la tradición lo ameritaban.


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