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Psicoterapeuta

¡Mañana es lunes! ¡Tenemos que hacer pagos! ¡Otro día más de trabajo! Nuestra cabeza no se cansa de recordarnos que hemos llegado – o incluso pasado – la mayoría de edad-.

Viajando más hacia el centro de nuestro ser, la cosa se pone mucho más difícil, pues los miedos y los temores han tomado a nuestra vida como un rehén que no pretende liberarla aunque se pagara el rescate.

¿Cuántas veces hemos creído firmemente en la idea que ya no encontraremos el amor, que nadie nos volverá a querer?

Vamos pensando que haremos en nuestros próximos años para alcanzar no sé cuántas metas que nos ha puesto la sociedad o nuestra familia y que ya no nos queda tiempo. Reímos poco y nos preocupamos más, como si él hecho de crecer, de habernos vuelto adultos fuera la peor de las maldiciones.

“Ya no quiero ser adulto” rezaba una caricatura por allá de los años 90´s y muchos de mi generación lo hemos vuelto un estandarte pidiendo bajarnos de este tren en la próxima estación.

Desde que nacemos ya tenemos una larga lista de cosas que cumplir: nos dicen en que debemos de creer, como debemos comportarnos frente al mundo, que la vida es muy difícil, que hay que poseer muchos bienes materiales para poder dignamente ser llamado “exitoso” , que debemos casarnos y formar una familia y como resultado de esto poseer una casa con perro y coche a la puerta. Y así vamos juntando nuestras lagrimas con el sudor de nuestra frente por que ya no podemos más, hay muchas cosas por cumplir y pocos momentos para divertirse. Rasguñamos nuestros fines de semana y anhelamos que el lunes no llegue nuevamente.

Lo que no sabemos es que el hecho de que este cuerpo se haya vuelto más grande cada año no nos obliga a tener que dejar de ver con ojos de amor, inocencia y asombro todo nuestro rededor.

Si cierras un momento tus ojos y miras a esa versión tuya corriendo tras una burbuja de jabón o admirando el vuelo de un pájaro ¿qué es lo que sientes? Probablemente asombro y alegría. Bastaba que alguien hiciera una cara graciosa o ser testigo de un momento agradable para sumarte a la fiesta de sonrisas compartidas ¿Puedes darte cuenta de como pequeñas cosas llenaban tu corazón?

Cuando somos pequeños no sentimos el menor temor de mostrarnos tal como somos, a expresar nuestras emociones… no sentimos miedo a AMAR.

Si observamos más de cerca nuestros días notaremos que justo cuando permitimos salir a ese niño que sigue viviendo dentro de nosotros es cuando la vida se nos hace más feliz. Cuando actuamos con espontaneidad, con naturalidad, con autenticidad.

Cuando somos como niños, volvemos a notar lo maravillosa que es la vida y somos increiblemente felices porque ese es el estado natural del ser humano. Y ¿Cómo vuelvo a mí después de tantos de años de ocultar quien realmente soy?

Suelta el pasado y vuelve a ser libre. Es lo que naciste para ser. El gran secreto de los niños es vivirse en el presente, ellos no tienen la cabeza anclada a preocupaciones, sienten verdaderamente la vida, se entregan sin menor temor a ella. Imaginan que todo lo pueden y pocas cosas las ven imposibles.

Coloca tus manos en el pecho, ese corazón que palpita dentro de ti ha guardado desde el primer día todos tus momentos. Él no ha cambiado, puede mirar las cosas con amor e inocencia como en el principio de los tiempos, donde la razón no le acompañaba para hacer ningún juicio, donde poca cabida había para los miedos. Desde ese ser libre que eres, juega, ríe, ama, sueña, canta, baila a diario con la vida, haz que cada día te envuelva en la magia de volver a ser niño otra vez.


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