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Psicoterapeuta

No sé si les paso, en algún momento a ustedes que teniendo un momento de reflexión sobre su vida se muestren incrédulos sobre la forma en que actuaron ante una situación o como se estaban relacionando con una persona.

En lo personal, sufro descalabros todos los días cuando los recuerdos de Facebook traen a mi presente una publicación de hace 10 años donde declaraba que Juanito era el amor de mi vida o colgaba frases que mostraban mi enorme dependencia hacia una persona.

¿Si me hubiera dado cuenta antes? ¿Si tan solo hubiera sabido la verdad? ¿Si le hubiera hecho caso a… (llene este espacio con el nombre de su amigo que siempre quiere ayudarlo a “darse cuenta”)?

Afortunadamente, con el paso de los años hemos ido moldeando nuestra forma de ver la vida, de manejar nuestras relaciones y hasta le hemos cambiado la pinta a nuestros objetivos personales, esto se ha logrado porque de alguna manera las experiencias que vamos viviendo en el día a día nos van haciendo despertar y nos hacen ir observando las cosas desde aristas completamente diferentes.

El reto diario que tenemos es ir saliendo de nuestra caverna, de la oscuridad de nuestras creencias y pensamientos, de liberarnos de aquello que hemos considerado como verdad. Si aún no saben de qué les estoy hablando permítanme presentarles esta hermosa alegoría de Platón.

El mito de la caverna expone que dentro de ella, inmersos en una gran oscuridad se encuentran unos hombres prisioneros desde su nacimiento, estos están encadenados del cuello y las piernas por lo que solo pueden mirar hacia la pared que es justamente el fondo de la cueva. Detrás de ellos hay un muro que forma un pasillo con una hoguera que allí también se encuentra y finalmente, la entrada de la cueva.

Por aquel pasillo circulan hombres portando diferentes tipos de artículos, su sombra es proyectada – por la luz de la fogata – sobre el muro que tienen delante los prisioneros quienes se divierten ante el desfile de todas estas figuras imprecisas, pues no saben qué cosas son exactamente, pues recordemos que ellos han vivido siempre en este lugar y no han visto otra cosa, solo un mundo imaginario, un mundo de ilusión.

Pero llega el día en que un prisionero escapa de la pared y decide ir fuera de la cueva. Nuestro buen amigo se asombra de lo que allí se encuentra: descubre los colores, las texturas, las formas definidas y… La Luz. Ante este escenario tan contrastante aparecen algunos signos de miedo y confusión, probablemente hasta deseos de querer volver al sitio de la obscuridad al cual ya estaba familiarizado (como muchos de nosotros con nuestra zona de confort) sin embargo decide quedarse allí y percibirlo todo.

Pasado un rato, regresa a la caverna y les cuenta a sus compañeros de aquello con lo que se ha encontrado fuera, sin embargo, le toman a loco y deciden permanecer sus allí dentro encadenados a su muro.

A todos nos ha pasado algo parecido, pues de entrada nacemos inmersos en un montón de creencias que ya estaban establecidas desde nuestro seno familiar. Cuando alguien viene a decirnos que las cosas no son así, tal cual las creemos, muchas veces lo tildamos de loco y preferimos quedarnos encadenados en la cueva mirando las sombras.

También, viéndolo desde otro punto, debemos reconocer que el hecho de conocernos es doloroso, porque significa tener que dejar de hacer, pensar o decir las cosas de la forma que lo he hecho muchos años y darme mucho valor, esfuerzo y paciencia para hacer de mi una mejor versión, con menos miedo, que viva, decida y cree desde el amor.

La invitación es tener la valentía de salir de nuestra caverna, abandonar nuestra propia oscuridad, nuestras creencias limitantes, nuestros pensamientos pesimistas y caminar hacia la luz para poder, desde ahí, construir nuestra propia verdad.


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