Xalapa es una ciudad que amo y en la que he tenido el privilegio de vivir por temporadas. La primera vez que llegué ahí me instalé en la calle Revolución.
Una vez, caminando hacia mi casa, noté que en una esquina había un placa que mencionaba que aquella calle, antiguamente había sido llamada “La calle de la amargura”, pues contaban que una joven enloqueció al perder a su prometido y se dedicaba a recorrer la calle entera con un ramo de jazmines en la mano, preguntando a las personas que encontraba por su enamorado, sin embargo ella continuó en su idilio hasta la muerte interrogando sobre el paradero de quien llamaba “su futuro esposo” envejeciendo prematuramente en la calle de la amargura.
Esta misma frase la utilizamos cuando se termina una relación, en el que vivimos un duelo, sacudiéndonos un dolor parecido al que sentimos por la muerte de un ser querido.
La diferencia es que, cuando la muerte sucede realmente, abandonamos todo sentimiento de esperanza, sin embargo, cuando las relaciones amorosas se acaban tristemente mantenemos encendida la llama de que la historia, recientemente concluida la podemos repetir.
Como todo duelo, pasamos por distintas etapas para poderlo superar, comenzándolo con la negación. Evitamos a toda costa creer lo que sucedió e imaginamos miles de escenarios distintos de lo que pudo haber pasado y en este punto solemos caer la mayoría de las veces en las dolorosas aguas de la culpa… “es que si hubiera dicho, si hubiera hecho, si hubiera aguantado”.
Lo que hace más doloroso este punto es que nos damos de golpes con un martillo en el autoestima, realmente muchas veces – sobre todo cuando somos dependientes – sentimos que algo va mal con nosotros mismos.
Desde aquí comenzamos a recorrer el camino que nos lleva al dolor que regularmente va acompañado del darse cuenta, pues nos cae el veinte de que ya no hay más, de que hay planes inconclusos que así se quedaran y de esta manera vamos saliendo del dolor para llegar a la aceptación.
Lo maravilloso de descender a lo más profundo del dolor y salir airoso en la aceptación es que nos trae el regalo de crecer, que es, a final de cuentas, el verdadero sentido de las relaciones de pareja.
Pero ¿cómo hacer más transitable este episodio de nuestra vida?
Hay varias cosas que podemos regalarnos para llegar más pronto a la aceptación, una de ellas es vivir el presente. Dejar de masticar los recuerdos pero también soltar las ideas del futuro, con esto no quiero decir que nos tiremos como camarón llevado por la corriente, el sentido más bien va en no preocuparnos si pronto volveremos a tener pareja, si alguien se atreverá a amarnos ahora o si volveremos a querer de la misma manera algún día.
Sino más bien centrarnos en lo que está sucediendo, vivir el momento con todo lo que tiene, sin bloquear el dolor.
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