Select Page

Lección 1

Es un hecho que la primera reacción en esa profundidad de tu mente abierta y bien tratada es de: “a mí que me va a enseñar” “he probado todo”.

Sutilmente recorres con el pensamiento tus aventuras y caminos ocultos del ir y venir del sexo, como cuando siendo aún un adolescente te estrenaste con la vecina de enfrente, o de cómo has hecho malabares para que tu esposo no se entere de esos amores apasionados de las tardes perezosas de verano, cuando con lentes oscuros y casi sumida en el coche entran al motel que no logra ahogar tus suspiros, sus suspiros; te llegan como un soplo de playa en invierno recuerdos que creías ya inexistentes, ¡cómo sufrías por ese amor callado a la maestra de cuarto año¡, y cómo era eficaz imaginar sus piernas para mitigar tus ansias a un ritmo, de zamba, de maracas, de finales primeros pero intensos.

En fin muchas cosas se agolpan en tu mente, porque crees que todo lo has vivido, que si de sexo se trata bien tu puedes dar testimonio y enseñar.

Como se que difícilmente te convenceré de que todos siempre tenemos algo que aprender en esto del sexo, iniciaré contándote una historia.

San Jeronimito es un pueblo que aun con la entrada de la modernidad en este siglo nuevo del tercer milenio, conserva sus aires frescos y fragrantes de amapolas en flores, de geranios siempre alegres y esos olores a chabacanos y ciruelas que como oleadas de un medio día asoleado, se respiran siempre, se sienten en lo más profundo de los huesos.

Para los Jeronimenses la vida se enfrenta, se vive, pero sobre todo se disfruta, porque en cada ciudadano que se sienta de “origen” y “bien nacido”, existe un líder en potencia, un indescifrable, un caudillo que asegura el pueblo, bueno la misma humanidad está esperando.

San Jeronimito cobró fama allá por los años finales del siglo XIX y principios del XX, cuando con bravura inaudita sus fundadores pelearon cuerpo a cuerpo contra los invasores que llegados del puerto querían acabar con la capital.

Fueron luchas de epopeya, que dejaron los nervios bien templados, y que ahora en las herencias ya lejanas afloran como amapolas regadas por el roció.

Para muchos nuevos Jeronimences le resulta sin explicación, o probablemente sin interés el que la plaza central se llame: “Plaza de los fundadores”, porque seguramente asentaron sus reales, sus pingues ganancias, y así como si no tuviera importancia solo se acostumbraron a hablar de la plaza de fundadores, o solo de fundadores.

Sin embargo existían apenas hace 30 años hombres que cuando entendían que había alguien que quería escucharlos, abrían sus ojos como platos y no paraban de platicar de esos hombres y mujeres que fundaron San Jeronimito.

Jerónimo Cien fuegos seguramente fue el primero del pueblo que visitó la playa, más de una semana por veredas y caminos en la selva cruzaron por sus pies para llegar a una caserío donde las olas iban y venían con un sonido que a Jerónimo jamás se le borró de la mente.

Estaba extasiado, su mirada como pluma que limpia los mares se perdía y regresaba por no ver nada del otro lado, creía que el fin del mundo estaba solo en donde sus ojos alcanzaba agua, solo agua.

Los vecinos de la playa lo vieron con ojos de miedo y recelo, sus ojos negros como el tizón, y sobre todo su estatura más de lo habitual hizo que los hombres se juntaran para investigar quien era ese extraño que llevaba más de 8 horas solo mirando el mar.

Sigilosos se acercaron con machetes afilados-por las dudas- y cuando lo vieron casi cara a cara descubrieron que tenía los ojos anegados de lágrimas, que la barbilla le temblaba y que sus manos empuñadas relucían blancas como la espuma.

“Me llamo Jerónimo y vengo de tierras muy lejanas, cuando regreso quiero platicarles a todos los de mi pueblo, de cómo es el mar, de su música, de su color, y para eso tengo que llenarme de mucho mar”, por eso lloro, y tengo miedo de que al dar la vuelta se me olvide una ola, un sonido o el sol que ahora veo se quiere bañar en las aguas”.

Los más de diez hombres bajaron las armas, y todos juntos volvieron la vista a las aguas infinitas pensando que se estaban perdiendo de algo muy importante.

Casi con respeto se fueron alejando dejando que el ocaso de la tarde avanzara en silencio, solo con el eco de las olas tranquilas.

Primera lección de Sexo: EL HOMBRE TAMBIEN PUEDE LLORAR Y REGOCIJARSE ANTE UN ATARDECER.


TAGS