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Quisiera empezar este texto de una manera diferente pero para ser honestos no encuentro mejor forma de hacerlo qué con una confesión muy personal: Me aburro fácilmente de todo. Mi vida es un constante ir y venir en los que el único “estate quieto” que tengo es al dormir, mientras mis horas de vigilia las pasó como lo hace el conejo de Alicia de arriba abajo pensando en tiempo, tiempo y tiempo.
Sé que pensaran ustedes ¿Qué tiene esto de interesante? Tal vez nada, pero en estos momentos me ha servido para enmarcar muy bien el pensamiento de unos de mis filósofos favoritos, del cual puedo deshebrar distintos temas, sin embargo el que nos ocupa hoy es el de la voluntad.

(Advertencia: todo lo dicho aquí no es apto para almas frágiles ya que, con su pesimismo, las palabras de buen Arthur pueden ser un gran empuje para cualquier suicida).

Érase una vez en Danzig un caudaloso comerciante que se había desposado con una escritora que era famosa por organizar “soirées literarias” en la ciudad. Del fruto de este amor nació un hermoso niño, que al crecer tenía ya la vida resuelta, la profesión de comerciante heredada y pachanga segura por las noches, sin embargo, un día, su padre decide suicidarse y, según los chismes de la época, este acontecimiento sirvió para que nuestro amado niño, tomara el pesimismo por bandera.

Así nacería el pensamiento de Arthur Schopenhauer.

Nuestro amigo, descubrió su vocación de filósofo mientras estudiaba medicina. Era fan de Kant cuyas ideas le sirvieron para crear su propia corriente juntándolas con las ideas de Platón y la filosofía hindú, esta última fue introducida a su vida gracias al orientalista Friedrich Majer.

Desafortunado en el amor por colgarse la playera de la misoginia y archienemigo de Hegel, con quien incluso trato de medir su popularidad en un combate de horarios de clases en la universidad para la que ambos trabajan.

Mientras la esquina de Hegel se llenaba de cientos de seguidores gracias a su popularidad como filósofo, el pobre Schopi solo logró matricular cuatro alumnos, lo que seguramente le ha de haber corroborado la idea de que la vida era un “asco”.

Como buen pesimista, creía que vivíamos en el peor de los mundos posibles (perdónalo Leibniz), “un mundo donde el dolor es perpetuo” sostenía Schopenhauer.

Pero ¿cómo había llegado a esta conclusión tan Sad el gran Arthur?

Pues bien, para muchos, el universo está regido por la VOLUNTAD, idea que está relacionada con lo que los budistas llaman “el espíritu universal” o Consciencia Universal, el cual se encuentra en todo lo existente, no conoce límite de tiempo ni espacio.

Para explicarlo mejor, Arthur toma una idea de Kant en el que llama Fenómeno a aquello que conocemos por medio de los sentidos, mientras que le coloca la etiqueta de Noúmeno a aquello que está más allá de nuestros sentidos, por lo que para conocerlo necesitaríamos una especie de intuición intelectual. (Prometo hablar próximamente de este rockstar para que quede más clarito)

Sin embargo a pesar de estas ideas que tenía el ídolo juvenil del momento de Schopi él decía que ambas cosas eran una sola solo que experimentadas de una forma diferente, pues lo único que sucedía es que este mundo de los fenómenos es la materialización del mundo noúmenico a lo que él llamó… VOLUNTAD y representación. (ya voy, ya voy con la explicación)

La representación es, lo que para Kant era el fenómeno, aquello que vemos, tu mano, el periódico, mis líneas; la voluntad es esa energía que da origen a lo que percibimos: tu mano, él periódico, mis líneas.

Esta última se materializa a través del ciclo de vida que todos conocemos.

Tú eres la voluntad materializada, pero es ésta misma la que está detrás de tus ganas de comer, de dormir, de tener sexo.

Hace un momento les comentaba que ésta tenía una interpretación budista e incluso algunos filósofos era lo que llamaban Dios, sin embargo aunque para todos estos era algo bonito, rosa y lleno de luz, para Arthur no era así, pues para él esta energía más bien estaba carente de sentido, que solo existía por existir.

Por eso Schopi es considerado un filósofo del pesimismo, pues sostiene que los hombres estamos a merced de esa poderosa fuerza llamada voluntad y por ello nuestra vida está llena de dolor y aburrimiento (aquí alzó la mano) surgiendo está de las necesidades que poseemos a lo largo de la vida (comer, dormir, ser aceptados) y no conforme con eso ¡le metemos deseos!

Por ejemplo tengo sed (necesidad) pero se me antoja tomar una deliciosa copa de vino (deseo) a pleno final de la quincena (ouch) lo que alarga nuestro sufrimiento, además que la necesidad en si indica ya cierto dolor.

Pero supongamos que nuestro deseo es tan fuerte y atrayente que aparece en nuestras manos esa deliciosa copa de vino para tomarla en este momento ¿acaso alcanzaré por fin la felicidad?

La respuesta es NO y es que Arthur dice que al satisfacer la necesidad lo que llega es el aburrimiento (vuelvo a alzar la mano), pues hay un cierto éxtasis en el dolor que se genera tras la búsqueda de cubrir una necesidad que al ya quedar saldada y sin algo más que hacer, me aburro.

Pero ¿Qué podríamos hacer ante esto? Muy sencillo (Jajajaja ¡si como no!) eliminar los deseos de la voluntad ¿y como se logra? A través de la contemplación del arte, sobretodo de la música (un acto curioso es que Schopi le tenía tanto amor a ella que dicen que antes de comer dedicaba media hora a tocar su flautita como para abrir el apetito).

Ustedes seguramente son de los que disfrutan caminando por la calle con los audífonos puestos olvidándose del mundo o tal vez con solo poner su pieza musical favorita mientas reposan en su sillón favorito olvidándose del resto de las cosas. ¡Punto para Arthur!

Otra forma es entendiendo que todos los seres humanos somos compañeros del mismo dolor, pues andamos subiendo y bajando necesitando, dejando de necesitar y aburriéndonos (esto lo súper recomiendo, en lo personal me ha servido muchísimo, pues he podido dejar de ver el enemigo en el otro y justificar sus actos a través del “yo he hecho lo mismo en algún momento que me sentí igual” ¡punto para Arthur y punto para mí!).

La última forma (y la menos coherente si tomamos en cuenta los orígenes y vida de nuestro filósofo) es la práctica del ascetismo, de lo cual solo diré que es una invitación a que vivas como si fueras un zoombie de The Walking Dead.

Finalmente yo creo que necesitamos toparnos con este pesimismo de la vida para poder reconocer el momento en que experimentamos la felicidad.

Al final no es algo para temer o condenar sino más bien es esa “sal de la vida”, para no dejar que está transcurra de una forma plana y vaya perdiendo verdaderamente el sentido.

¿Cuántas veces hemos experimentado la paz después de una auténtica guerra?


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