Hoy me atreveré a escribir sobre las mujeres seductoras, conocidas como femme fatale. La mujer fatal es un término que surge en Francia durante la segunda mitad del siglo XIX y se extiende posteriormente a toda Europa. En términos generales, puede definirse como una mujer cuyo gran poder de fascinación provoca la destrucción o la muerte de uno o varios hombres; aunque hay excepciones ella misma suele tener un final desgraciado. La historia del mundo les ha asignado características de seductoras.
A diferencia de la mujer apasionada o de la amante enamorada, la seductora no se entrega a un hombre sino que lo domina. Su objetivo es la posesión total y asfixiante de su “presa”, a la que cautiva con buenas o malas artes para conseguir algún beneficio: fama, fortuna, relevancia, comodidad o simplemente ser admirada como si se tratara de algún trofeo. Mi tía Proserpina les diría simplemente “cuscas”.
Este tipo de mujer ha sido notorio desde que Cleopatra sedujo a Marco Antonio para mantenerse en el trono de Egipto, quien no recuerda a Pandora como responsable de la venida del Mal a la Tierra por haber destapado la caja en la que Zeus había encerrado los infortunios y miserias o a Astarté, diosa asiro-babilónica del amor y del placer, quien tuvo innumerables amantes a los que sólo retenía por una hora, tiempo suficiente para matarlos con su funesto amor.
Se ha reflejado innumerables veces en libros que exploran las diversas modalidades de la seducción y que suelen ser obras de escándalo.
En nuestro tiempo, la imagen de la gran seductora ha perdido preeminencia, al menos en la literatura, quizás porque la idea misma de la “seducción” ya no resulta transgresiva. Revisemos algunos de estos casos en la literatura y la pintura.
Ustedes recordarán a Pepita Jiménez de Juan Varela de 1874, viuda -a los 20 años- de un octogenario, no es una seductora cualquiera, aunque utiliza deliberadamente el efecto de sus encantos para descarrillar la vocación de un joven seminarista, Luis de Vargas, que es hijo de su nuevo prometido. El prometido es casi tan viejo como su marido muerto. Luis de Vargas ha ido de vacaciones a la casa de su padre viudo antes de hacer su profesión de sacerdote. Se siente, sin embargo, cautivado por la joven viuda que lo fascina con su belleza y su vitalidad y que, en último término, triunfa sobre su vocación. Sin duda alguna la lectura de esta novela enriquecerá el acerbo cultural del lector planteándole una nueva perspectiva de los preceptos realistas. Una lectura epistolar que vale la pena leer.
Otra historia clásica de la ruina de un hombre respetable – es la de un profesor- una obra del alemán Heinrich Mann (hermano de Thomas) que dio pie a la famosa película dirigida por Josef Von Sternberg con la joven Marlene Dietrich en el papel principal de Lola-Lola (Rosa en la novela).
El título del libro en alemán es “Professor Unrat” (que quiere decir profesor basura) y la anécdota narra el descenso de un profesor de secundaria, estricto y respetable, a la categoría de esclavo sexual de una artista de poca monta con quien se casa. Totalmente humillado, debe tolerar que ella reciba visitas masculinas en su propio hogar.
El mito de la seducción está representado por figuras femeninas. Una de sus más conocidas encarnaciones es Carmen: personaje literario creado por Prosper Mérimée en 1845. Al igual que Don Juan, la apasionada Carmen seduce y abandona a sus amantes después de haber extraído de ellos el provecho oportuno.
Ambos personajes representan la vida en presente y la búsqueda del placer de vivir. La ópera Carmen, de Georges Bizet, convirtió a este famoso personaje femenino en un símbolo de la seducción erótica.
El poeta alemán Clemens Brentano creó a la hermosa Lorelei, la cual, con la seducción de sus cantos, arrastraba a los navegantes hasta un altísimo y peligroso peñasco situado en un estrecho pasaje del Rhin, donde éstos naufragaban.
Probablemente, la mejor síntesis de esta concepción de la mujer fatal sea la novela de Drácula, del irlandés Bram Stoker. Aunque escrita en clave y dejando muchas cosas entre líneas para evitar que la remilgada mentalidad victoriana se escandalizase, Stoker da lugar a la formulación más perfecta hasta entonces de la mujer devoradora de hombres o vampiresa.
La publicación de Drácula en 1897 coincidió con la exhibición en la New Gallery de Londres de un cuadro titulado “La vampiro” de Philip Burn-Jones (hijo del prerrafaelista Edward), que representaba a una mujer sentada altivamente al borde de un lecho, mirando con una sonrisa triunfal al hombre exangüe que yace víctima de sus mordedura.
La Pintura, literatura, poesía siempre nos invitan a reflexionar sobre el papel de la mujer percibida desde el punto de vista masculino, y a la vez también nos permite reflexionar sobre la psique del hombre.
Pero sobre todo, nos invita a reflexionar sobre nuestra postura en el mundo.