No sé si ustedes tengan la fortuna de convivir con niños pequeñitos que les gusta repetir y repetir y repetir las películas.
A mi hijo le ha dado eso de amar por temporadas una que la mira hasta el cansancio, la deja y toma otra que la vuelve a mirar hasta que se harta y así unas 15 veces, lo cual me hace sentir una mamá que pone felizmente la película mientas que su voz interna y ojos llorosos exclaman un “¿Otra vez?”.
Hace unos meses fue el turno de los Trolls donde Popi, que es la heroína de la historia, recorre los bosques tratando de salvar a sus amigos secuestrados pues de no hacerlo terminarían sus días en el estómago de los terribles Bertenos, quienes creían que la felicidad radicaba en el placer de comerlos.
La felicidad parece ser el nuevo santo grial de nuestros días.
Emprendemos mil expediciones para encontrarla, creemos que aparecerá al encontrar a la persona amada, en las letras de un título universitario, en la pantalla de retina de un nuevo iPhone o en la admiración que nos profesen un montón de personas que incluso ni conocemos, sin embargo según un helenístico esto es más sencillo de lo que parece.
Epicuro fue un filósofo griego nacido en la Isla de Samos.
Para poder desarrollar su pensamiento filosófico compra una casa a la orilla de Atenas y llama a todos sus amigos para que fueran sus “roomies”.
En este lugar, al que le llamaban “El Jardín” vería la luz el Epicureísmo.
Una de las cosas que hacían diferente a esta corriente es que se les permitía la entrada para el estudio a mujeres y esclavos, algo que nadie más había hecho en ninguna otra escuela filosófica en Atenas.
Epicuro aseguraba que todo estaba hecho de átomos. Han de decir que la existencia del átomo se comprobó hasta el siglo XIX y si, tienen razón, pero él llegó a esta conclusión a través de la observación de los cuerpos en movimiento, él creía que para que este movimiento se pudiera dar debía existir un vacío.
Por otro lado descomponía las cosas hasta su mínima expresión teniendo la idea de que todo llegaría a un punto en que ya no pudiera reducirse más pues si no los cuerpos desparecerían.
Por ello decía que todo lo que amamos, percibimos y tememos son combinaciones de estos: átomos y movimiento.
Según nuestro filósofo, al llegar la muerte, estos átomos, de los que también está formada el alma, se hacen uno solo con los que forman el cuerpo y dejamos de existir, forever, nada de que la otra vida o la rencarnación, cuando uno se muere, se muere y ya.
Por ello al tener solo un chance para vivir – pues nada aseguraba que hubiera vida después de la muerte – debemos de enfocar nuestros esfuerzos en ser felices, pero ¿Cómo se logra esto?
Pues a través del placer… sin dolor (lo siento masoquistas).
Ya sé que estarán pensando: Cerveza, sexo, drogas, rock and roll y comer como si no hubiera mañana pero… no.
Epicuro no descarta ninguna fuente de placer, sin embargo, plantea algunas preferibles, pues dice que incluso hay veces en que deben de rechazarse ciertos placeres que a largo plazo pueden traernos dolor.
Piensa en un plato de deliciosos tacos, tus favoritos, con un montón de cebollita y cilantro acompañados de tu salsa favorita, tienes mucho que no los comes, por la dieta y ese día “aprovechas” y te das un atascón.
Disfrutas cada mordida y sientes los sabores en tu boca y tu pancita se siente muy feliz, tanto que sin darte cuenta ya te echaste unos 9 – con su respectiva coquita de vidrio – no cabes de placer, sin embargo, mañana a tu pancita llegara un dolor y seguramente estarás visitando el baño con mucho más frecuencia de lo habitual.
Para él hay distintos tipos de placeres, como los físicos y los mentales.
Comer pizza sería un ejemplo de placer físico, sin embargo al acabarse la rebanada este placer también se termina.
En placer mental, a diferencia del anterior, no se ocupan los sentidos y es más duradero, como el recuerdo de tu primer beso, el de tu fiesta de cumpleaños o el de la navidad del año pasado.
También hay placeres en movimiento y placeres estáticos: Los primeros son aquellos que provocan una excitación, una carga de neurotransmisores muy elevada y que cuando falta produce sufrimiento, como las adicciones.
Las segundas se cumplen con una naturaleza negativa: No tener hambre, no tener miedo, no tener frio, lo que da como resultado no experimentar sufrimiento y por lo tanto ser feliz.
De esta clasificación nace el término Hedonismo, es decir, encontrar la tranquilidad, la calma y la ausencia del dolor a través del placer.
Pero no solo esto es suficiente para alcanzar la felicidad, pues también es necesario reducir los deseos, los cuales clasificaba en tres rubros:
Los naturales necesarios (comida y techo), los naturales pero no necesarios (comer caviar o vivir en La Condesa) y los vanos y vacíos (fama, poder, riqueza o todo aquellos que tratan de vendernos como cool, pues estos no tienen llenadera.
Seguro conocen a alguien tiene dinero, mucho dinero pero siempre querrá más y más y más y más (pueden poner aquí el nombre del político de su preferencia).
Al final el que desea menos, porque necesita menos, trabaja menos y disfruta mucho más.
Los mejores placeres son los más sencillos y fáciles de conseguir: La compañía de buenos amigos, una amena charla, el contemplar un amanecer.
Al final de cuentas no se trata de complacer a los sentidos, si no tener un buen manejo de los deseos pues esto nos lleva a la tranquilidad (Ataraxia).
Lo que produce una vida placentera no es una vida de excesos o ser dueño de media ciudad peluche si más bien gozar de amistad – lo cual deja claro al vivir con sus cuatitos-, una vida sencilla – pues si uno se acostumbra a los lujos, al perderlos puede experimentar dolor (¿Se acuerdan de Javi Noble? ¡Exacto!) y la paz mental, que se logra a través del estudio y la reflexión.
Lo doloroso, decía, es fácil de llevar, pues todo sufrimiento es pasajero y soportable, de manera que cuando se nos presente una situación que nos genere dolor lo único que tenemos que hacer es recordar que este no permanente y por ello no debemos temerle.
¿Qué es lo que te hace feliz? Quizás si das vuelta por tus recuerdos puedas encontrar que mucho de lo que llaman “auténtica felicidad” la has encontrado en los pequeños placeres de la vida.
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