Sé que he caminado mucho con la bandera de que tenemos que amarnos con defectos y virtudes, sin embargo no siempre fue así. Hubo un momento en que odiaba mi cabello rizado, que parecía levantar los brazos junto conmigo y quedarse así, con un look de Amanda Miguel en Siempre en domingo. Luego, opte por peinarme de raya en medio, mi mamá me decía que parecía Benito Juárez – aunque más bien él lo hacía de ladito – y cada que me miraba al espejo y veía mi cabello, bajaba los ojos a mis enormes cachetes y terminaba por mi cuerpo esférico que parecían formar un muñeco de nieve color chocolate. Así que como noté que no podría hacer mucho con mi físico, opte por comenzar a perderme entre los libros desde la primaria.
Muchos años más tarde, platicando con un amigo que curiosamente se concebía también como feo, me contaba como todas las mañanas antes de salir a la universidad lidiaba con su nariz un tanto aguileña, una deformación poco perceptible que tenía en la boca y sus ojeras muy marcadas por “herencia” pero que, tenía bonita letra y es que si, no solo tenía bonita letra, escribía y dibujaba muy bien. Solo que a diferencia mía, se dedicó a trabajar y trabajar para hacerse de muchas cosas y conseguir sus relaciones por medio de la admiración de lo que tenía, sumado a que cortejaba con regalos costosísimos para que sus conquistas pasaran por alto lo que él consideraba “su fealdad”.
La explicación a este curioso fenómeno nos las da Alfred Adler, un reconocido médico austriaco, que en algún momento se unió a Freud y formaron la Sociedad de los Miércoles, que después mutaría a la Sociedad Psicoanalítica de Viena.
Solo que hubo un momento en el que el pequeño Fredy se hartó de que para Freud todo lo explicaba con sexo, sexo, sexo y sexo, Él pensaba que aspectos sociales y de autoestima tenían un gran peso que el psicoanálisis estaba pensando por alto por solo pensar en … exacto ¡Sexo!.
Adler decía que el comportamiento humano estaba influenciado fuertemente por la forma en que nos percibimos, en especial como miramos nuestros defectos y carencias. Cuando somos niños, las ordenes siempre nos vienen “desde arriba”, nuestros padres, nuestros maestros o nuestros hermanos mayores – si es que los tienen – son los encargados de decirnos que hacer.
Así, nos van formando con esa “carencia de poder o inseguridad de tomar una decisión”, por otro lado, hay quienes crecemos con la idea de que somos feos, por cómo nos peinamos, como nos vestimos, la forma de nuestro cuerpo o por algún otro rasgo que pareciera definirnos como fuera de los estándares de belleza.
Esto nos lleva a que en nuestra vida adulta queramos tapar esos defectos con alguna otra cosa que nos haga brillar. Vamos por ahí buscando éxitos, logros, volvernos interesantes a través de clavarnos en los libros para tener una buena conversación y que el aspecto físico pase a segundo plano.
El complejo de inferioridad y el complejo de superioridad han sido de los grandes aportes de Adler. El primero, se hace presente cuando notamos un defecto y creemos que eso nos quita cierta valía delante de las personas. Esto, puede tener dos finales: El primero, vernos como unas pobres víctimas de los desprecios del universo al darnos pocas gracias o el otro final, es hacer trabajos desmedidos para obtener logros que puedan mitigar ese sentimiento de inferioridad. Sin embargo la noticia triste es que si no llegamos al punto de amarnos y aceptarnos, por más éxitos que tengamos ese sentimiento de que valemos menos que una monedita de 10 centavos no desaparecerá.
En el complejo de superioridad, la persona se cree la reencarnación de Dios, se siente el elegido y que posee más súper poderes que toda la flotilla de héroes de Marvel y DC junta, lo que los hace percibirse hasta cierto punto inalcanzables. Alfredito pensaba que este complejo en ciertas personas podía tener origen en el complejo de inferioridad a manera de mecanismo de defensa. Aquí, la persona se cree la fantasía de que él y solo él es la creación más fina que el universo ha puesto sobre la tierra.
Encontrarse en cualquiera de estos complejos garantiza un sufrimiento, en uno porque la persona se cree menos que los demás y en el otro porque las actitudes de egoísmo y vanidad que se desprenden de creerse más que los demás van generando cierto rechazo de parte de quienes interactúan con ella.
Es de suma importancia notar que la forma en que nos vemos a nosotros mismos es determinante para nuestra personalidad. Somos el resultado de una dualidad, en la que nuestra parte de luz por muy maravillosa que sea no nos hacer estar por encima de nadie, de igual manera, la sombra que mora en nuestro ser no nos debe impedir disfrutar la vida o ser felices, pues los “defectos” no nos hacen menos valiosos.
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