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Hace no mucho comentaba que por religión tengo el amor y debo confesar que ha sido muy difícil elegir vivir en el. Me fue muy difícil llegar y entender lo que ello significa.

Cuando andamos de novios una de las frases más gastadas con la pareja es precisamente esa “Te amo” y creemos habernos experimentado en el sentimiento de esta manera. “Amamos” condicionando, pues en el momento en que el que el otro se comporte de una manera que me disguste o no haga lo que espero que haga, ya no le amo – o le amo menos, en el mejor de los casos-.

Si tienes hijos el hecho de que se hayan vuelto tu motor de vida, que los veas como una extensión de ti y que sientas que puedes dar la vida por ellos te hace creer que también ahí te vives en el amor y aquí sí sin tanta condición pues más allá de lo que hagan el papel importante que tienen en nuestras vidas les da el privilegio de no eximirlos del querer.

Pero ¿Amas a tu vecino? ¿Al señor de la tienda de la esquina, al delincuente, a tu odioso compañero de trabajo, a tu jefe “opresor”?

Puedo casi adivinar la respuesta, sin embargo cuando eliges vivirte en el amor te das cuenta que es no excluye a nadie.

Buda decía que al nosotros aprender a practicar el amor, la compasión, la alegría y la ecuanimidad tenemos la certeza de dejar de lado la ira, el pesar, la tristeza, la inseguridad, el odio y los apegos.

Estos son los 4 aspectos del verdadero amor que hay en nuestro interior en todos los seres y todas las cosas.

El primero de ellos está relacionado con la felicidad y con ver a través del corazón para saber qué hacer para no enfrentar con la infelicidad a la persona amada. Se trata de no poner en sus manos algo que no necesita pues si uno no está consciente de la situación real del otro, aunque hagamos algo con la mejor de las intenciones podríamos hacerle infeliz.

Seguramente has recibido un regalo que no te gusta, pero que lo usas por no hacer sentir mal a quien te lo dio (aunque tú por dentro estas que te mueres). Lo mismo sucede cuando llevas a ver a tu pareja una película que no le gusta y lo tienes sufriendo por dos horas o le preparas algo que te prepararon de comer con cosas que ya sabias que no eran de su agrado y aun así le insistes que se lo coma. Tu intensión puede ser muy buena pero tu comprensión no es la correcta. Sin comprensión el amor no es amor.

Esta comprensión se entiende cuando vemos debajo de las pieles y la materia, cuando indagamos historias y entendemos razones de porque una persona se comporta como lo hace y toma las decisiones que toma. Cuando entendemos los corazones heridos y andar de ciertos caminos. Cuando comprendemos a alguien, incluso cuando nos haya herido, no podemos evitar amarle.

El segundo aspecto, la compasión, tiene que ver con aliviar el sufrimiento y aligerar los pesares. Significa un gran interés por los demás. Cuando miras a alguien sufriendo, te acercas y te abres para sentir su dolor. Esto no significa que tengamos que deshacernos en el mismo sufrimiento para entrar en la compasión pues, así como los doctores alivian los pesares del paciente sin enfermarse lo mismo podemos hacer nosotros sin entrar en el torbellino.

Solo se trata de acompañar, de entrar en comunión con ella para sentirse aliviada. Una palabra de aliento, una escucha activa, un abrazo a tiempo, el abrir una esperanza en la tempestad ha transformado vidas. No importa quien sea, tú puedes hacer un milagro solo con tu presencia.

El verdadero amor siempre trae alegría, el tercer elemento. Si el amor no hace experimentar esta alegría en ti como en la persona amada, no es amor verdadero. Hay un tipo de alegría que adquirimos al vivir de manera consciente, pues en esos pequeños sencillos detalles se esconde la alegría por torrentes. El estar sano, el poder desplazarte de un lado a otro gracias a tus piernas, que con solo abrir los ojos puedas ser testigo de las miles de maravillas que se han creado para ti, contemplar tu existencia frente al espejo y saber que aún nada ha sido hecho con tanta belleza como tu.

Y luego se extiende y llegamos a la alegría por ver a los demás felices, realizados, cumpliendo sus metas mientras se viven en si mismos.

El último elemento es la ecuanimidad. Cuando no te limitas, cuando no discriminas, cuando amas sin prejuicios y sin apegos.

Amas a todos como a ti mismo, ante cualquier conflicto te mantienes imparcial, amando y comprendiendo. Eliminas fronteras. Implica ponernos en la piel del otro y volvernos uno con ellos hasta hacer desaparecer la figura del “yo” y la de “los demás”.

Para que sea autentico el amor debe estar acompañado de todas estas cosas.

A esto le llaman los budistas “Los Cuatro Inconmensurables Estados de la Mente” (llamados así porque al practicarlos serás feliz al igual que los que te rodean) son las moradas del verdadero amor. “Un lugar muchísimo mejor que un hotel de cuatro estrellas. Es como una residencia como de mil estrellas” dice Thich Nhat Hanh, monje budista zen vietnamita que en 1967 fue nominado por Martin Luther King para el Premio Nobel de la Paz.


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