En el 2001, el grupo español Jarabe de Palo hacia llegar hasta nuestros oídos una canción que versaba así: “Soy un completo incompleto, incompleto por amor, la costilla que me falta cuelga de tu corazón” y así como por poquito más de 3 minutos escuchábamos la voz de Pau Dones con un tono lineal y automático – como quien acaba de perder el sentido por la vida – hablar de la terrible sensación que se experimenta al estar parado frente a la perdida de la pareja.
Y es que, cada que estamos en una relación y pensamos en el final, es inevitable desear querer quedarnos más. Aunque la relación este siendo caótica, aunque el agua nos este llegando algo más arriba del cuello, aunque sigamos exponiendo nuestro ser a dejar de ser , la necesidad que sentimos por el otro es tanta que estamos dispuestos a morir no por la relación , si no en la relación.
Dentro de mi trabajo como terapeuta me he encontrado casos extraordinarios de quienes creían estar viviendo con entera normalidad, aunque sus vidas estuvieran matizadas con indiferencias, palabras de vejación y peleas continuas. “¿No eso es normal en un matrimonio?” Me preguntaban una vez, “Creí que todas las familias eran así hasta que me di cuenta que no” me confesaba alguien más.
Los ambientes en los que crecimos y los tratos que recibimos de nuestros educadores de la infancia nos hace inconscientemente buscar – y aceptar – cierto tipo de relaciones y tildarlas como lo “normal”. Cuando descubrimos que hay otro camino y otra forma de hacer las cosas en la mayoría de los casos, afortunadamente, se cae la venda de los ojos y sé opta por elegir un lugar donde se pueda florecer.
Sin embargo también existe el otro lado, aquel donde ya nos dimos cuenta que aquello que ocurre no es normal, donde estamos conscientes de la tristeza que acompaña la relación, como si viviéramos en un eterno lunes deseando un viernes que nunca llega. Sabemos que ese no es el lugar y sin embargo no nos queremos mover de allí. Sufrimos, pero estamos dispuestos a levantar nuestras lagrimas una y otra vez creyendo así alimentar nuestras fuerzas para continuar con la misión de reparar la relación. De repente es un gran enigma el saber porque a pesar de ver todo lo que vemos y el malestar que experimentamos no nos movemos.
Claramente la mayoría de nosotros hemos andado por la vida caminando con muchas creencias irracionales sobre lo que es el amor, una de ellas – y me atrevo a decir que la más clásica – es “el amor todo lo puede”. Cuando conocemos a alguien y algo nos atrae, queremos salir corriendo a arrojarnos a sus brazos para sentir que nuestra naranja se ha completado ya, algunas veces no conocemos a la persona, no sabemos quien es, que piensa, o en que cree, otra veces si, sin embargo nuestro “amor” hace maximizar aquello que nos deslumbro, aunque sea muy mínimo o incluso físico , y dejamos a un lado el resto de su personalidad. Es claro que es una relación que ira directo al fracaso, pues puede ser que seamos dos puntos altamente contrastantes pero nadie nos quita la “idea” de que “con la magia de mi amor mi pareja puede cambiar y volverse aquello que tanto deseo”.
Y así vamos, queriendo reeducar al otro mientras sufrimos porque a pesar de todos los sacrificios y lágrimas derramadas por el camino pareciera que el amor no es suficiente para que deje de ser quién es y podamos vivir felices para siempre.
Llega un punto en que nos ponemos tanto en segundo lugar que en NUESTRA vida llega a ser más importante la otra persona que nosotros mismos.
Para evitar caer en ello es importante entender el concepto de dignidad personal. El amor sano es digno, posee limites, que son aquellos que se activan en momentos donde siento que las situaciones están pasando por encima de mí y poniendo en jaque mi paz o mi felicidad. Se activan para protegerme por ejemplo, cuando me doy cuenta que ya no me quieren, cuando mi relación no permite seguir mi camino de autorrealización o cuando voy a hacer algo en contra de mis principios.
Tener dignidad personal nos hace caer en la cuenta que poseemos principios que no son negociables, ni siquiera por “amor”. Que una relación sana seria estar parado sobre una linea horizontal donde tenemos una misma valía, que lo que yo siento, lo que digo y lo que hago es igual de importante que lo que hace el otro.
Cuando mi pareja actúa indiferente y cuando no hay confianza básica – que es a lo que Walter Riso llama “la certeza de saber que tu pareja no te hará daño intencionalmente” – es momento de irnos.
Por ello es básico y de suma importancia desarrollar un amor inmenso por nosotros mismos, para saber cuándo es momento de agradecer y abandonar el juego, para evitar ser nosotros mismos quienes nos provoquemos una herida usando a la pareja como daga.
Cada que estés pasando por una situación donde sientas dolor, pausa tantito, agradece la experiencia y aprovecha para hacer una reflexión sobre lo que sientes, mira a tu alrededor y encuentra el detonante de ese sentir, cualquier cosa que este perturbando tu paz es necesario dejarla ir.
Recuerda que eres un ser importante, maravilloso y completo que no necesita depender de nadie para ser feliz.
Un abrazo de corazón a corazón.
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