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Tengo 36 años. A mi edad, según lo dispuesto por las leyes sociales y lo que se espera de mí debería tener ya una casa, un auto; dos (o tres) hermosos niños corriendo tras de mí mientras con su bella sonrisa me piden desesperadamente que juegue con ellos; además de un marido a quien esperar pacientemente con la cena misma que tomará mientras platicamos sobre cómo le fue en el día y a quien, al final miraré a los ojos para agradecerle que el “felices para siempre” no solo haya sido una poética frase de cuentos de hadas.

En un lado B, de no haber sucedido esto el escenario en el que me encuentro es devastador.

Si no poseo una casa, ni un coche entonces no tardará la sociedad en preguntarse ¿Qué he hecho todos estos años de mi vida? y ¿sin novio? ¿Cómo es posible que ya no tenga?

Si a mi edad es muy difícil encontrar pareja. ¡Te quedarás a vestir santos y para rematarla morirás en la más terribles de las soledades! susurrarán por ahí.

Deberías comer más sano, deberías ser mejor madre/padre, deberías educar mejor a tus hijos, deberías casarte, deberías tener pareja, deberías buscar un mejor trabajo, deberías… deberías …

¡Que palabra tan terrible! 9 letras que encierran: uno, estás haciendo mal las cosas, dos: que todos – menos tú- traen la única y verdadera sabiduría para ser feliz y exitoso en esta vida y tres: no estás haciendo las cosas que se esperan a tu edad o tal y como las marca la ley de los humanitos para que formes parte de la estadística de los seres exitosos y realizados.

Y ahí va uno con dolor de espalda y los oídos llenos de lo que se debe hacer y no se está haciendo.

Es normal que como seres humanos tengamos una imagen ideal de cómo nos gustaría ser y de lo que nos gustaría tener.

También es muy normal que estas proyecciones se hagan colectivas y exista por ejemplo una edad ideal para tener o hacer diferentes cosas.

De todas éstas hay muchas de ellas que probablemente no puedan concretarse por ser poco adaptables a nuestra realidad -como el hacerse de una casa y un auto percibiendo apenas el salario mínimo-, y otro tanto porque nuestro “deseo” no nos llama – como casarnos o tener hijos-.

Karen Horney, psicoanalista alemana, decía que era muy importante identificar cuando estás actuando por las creencias impuestas por la sociedad y no siguiendo los motivos del corazón.

Estas creencias se esconden bajo el disfraz de los “deberías”

Puede que muchos de nuestros deseos, planes o metas sean legítimos pero también puede que no.

Por ello es muy importante cada que vayamos a realizar algo preguntarnos si lo que vamos a hacer realmente lo queremos o simplemente es algo que está imponiendo la sociedad y que no contribuirá en nada a nuestra realización personal.

Puede que me mantenga unida a mi pareja porque DEBO hacer que la relación funcione a costa de cualquier cosa, además es muchos casos es un pacto hecho hasta que la muerte nos llegue y como cereza del pastel es lo mejor visto por la sociedad, pues es una auténtica forma de mostrar que verdaderamente amo; sin embargo también es necesario preguntarme si realmente quiero sostener una relación en la que no me siento a gusto.

Horney decía que existe un Yo Real, formado de todo lo que soy y lo que tengo en el estado más puro; también hay un Yo Ideal que es mi versión de lujo con casa, marido/esposa, hijos, auto, dinero, trabajo de ensueño y cuerpazo incluido.

El problema empieza cuando mi modelo del yo ideal se va hasta las nubes o peor aún no está formado de mis auténticos deseos, si no de los deseos de alguien más y comienzo a ver lo difícil que es llegar a “ser él”.

Aquí es cuando surge el Yo Despreciado, aquel que se siente CULPABLE y triste por no haber logrado lo que mi fantasía pedía o lo que los humanitos esperaban de mi.

Todo esto no quiere decir que no tengamos que tener sueños o metas y nos esforcemos por alcanzarles, sino más bien buscar nuestra autorrealización a través del cumplimiento de NUESTROS deseos y de los que los demás piensan que deberíamos hacer.

Así que sentemos y abracemos a nuestro YO REAL que se encuentra disfrutando del hoy y de sus decisiones propias.


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