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En estos últimos años, el espíritu de la Navidad se hace presente desde el mes de noviembre. Los establecimientos comienzan con la venta de todo tipo de adornos y cositas para que podamos disfrutar en un buen escenario las fiestas.

Recuerdo cuando era niña, mis papás me ponían a acomodar las ramas del árbol mientras veía el auténtico calvario que pasaban al desenredar los focos y picarse los dedos con las famosas “piñitas” que tenían alrededor. Luego, ya un poco más entrada en años ponía un nacimiento muy grande con algunas figuras de barro que había dejado mi abuela paterna combinadas con unas más actuales que había comprado mi papá y era un desfile de animalitos y personajes de todos tamaños que terminaba por ser una muy hermosa y cálida cama para mi gato.

Pero pasaron los años, la realidad me alcanzó y siendo el 20 de diciembre del 2018 mi casa esta como mi espíritu navideño, vacío.

A la mayoría de las personas, el 25 de diciembre los reúne para conmemorar aquella noche oscura en que María y José recorrieron Belén en busca de un sitio para pasar la noche, todo mundo los rechazó hasta que un buen corazón les dio asilo para pasar la noche.
Justo arriba de ese lugar una estrellita se encargó de anunciar que ahí acontecía algo importante.

Pastores, animalitos e incluso hasta la realeza del oriente acudieron al llamado y jubilosos notaron que allí se encontraba el salvador de la humanidad.

Esta es la historia rosa y bonita; es con la que ustedes, sus papás, los papás de sus papás y una larga lista de etcéteras crecimos. Con ella nos motivamos a cantar en los festivales navideños con nuestros gorritos de santa, sin embargo, si retrocedemos en el tiempo, la historia es otra.

Antes de que existiera la Navidad de amor y paz que nosotros conocemos hubo algunas fiestas bastante alocadas.

En Europa por ejemplo, los Nórdicos celebraban el solsticio de invierno, era el momento perfecto para encerrarse en sus casas, esconderse del frío y celebrar el Yule, una tradición muy bonita en la que se dedicaban a comer como si no hubiera mañana, mientras veneraban a sus símbolos religiosos más sagrados – (si, si se parece a lo que hacemos ahora ¿no?).

Lo que hacían estos amiguitos era cortar un gigantesco tronco y llevarlo a algún lugar espacioso para poder prenderle fuego y reunirse en torno al el para quitarse el frio, aunque se creía también que era parte de un ritual que representaba la unión del cielo y la tierra.

A decir verdad, el frio no era el único motivo para que no salieran de sus casitas, pues también se cuidaban de no caer en manos de Odín, pues se decía que recorría los bosques decidiendo quien sobreviviría al invierno y quién no.

Por otro lado, los romanos tenían una forma más cursi y romántica de pasar el invierno y no pasar frio, dándose calor unos a otros – se dice que de muy muy cerca -.
Ellos celebraban las Saturnales o Saturnalia – el poeta Catulo la llamo “el mejor de los días”. Las fiestas se hacían en honor a Saturno, dios de la agricultura y la cosecha, que si se dan una vuelta por las pinturas que en su honor hicieran Goya y Rubens verán la “ternura” reflejada en este viejito barbón.
Se realizaban carnavales con un gran relajamiento de las normas sociales. Las casas eran decoradas con plantas y se colocaban velitas para celebrar la nueva venida de la luz. Se hacía intercambio de obsequios que podrían ser velas o figuritas de barro.

Pero el cristianismo llego y… ¡La diversión se acabó!
Esta nueva religión a pesar de ser joven comenzó a ganar adeptos, sin embargo, buscando la aceptación de Jesús entre la gente, tuvieron la idea que de realizar más festejos, sin embargo, como la mayoría de las fechas ya estaban ocupadas, recurrieron a usurpar las fiestas ya establecidas.

Mitra, era dios persa que se incorporó al contexto romano y representaba al sol.
Según la leyenda, nació de una piedra un 25 de diciembre y al acontecimiento asistieron pastores y animales (¿Les suena familiar?) pues aprovechando que esto era motivo de fiesta en todo el imperio, la nueva religión aprovecho la fecha para contrarrestar esta.

Fue todo un éxito, pues la Navidad cristiana se consolido (si no levanten los ojos y seguramente vera frente a usted algún adornito que se lo recuerde y no, no es magia negra).

Todo era risa y diversión hasta que en 1647, apareció el primer Grinch de carne y hueso: Oliver Cromwell, quien era muy conocido por prohibir todo lo divertido en Gran Bretaña, estaba escandalizado por lo poco religiosos que eran los festejos de la Navidad, así que, la prohibió por 13 largos años.
Los arboles fueron guardados y algunos quemados, lo mismo que los adornos, además se dio la orden de no poder entonar ningún villancico. Tampoco se podían cocinar los “mince pies” que era un dulce típico navideño.
Quien se atrevía a festejar era reprimido fuertemente por la policía. En 1658 al tomar el poder Carlos II se regresaron los festejos navideños.

Para ese entonces la Navidad ya había llegado a nuestro continente, de hecho, se dice que en 1587 se celebró la primera misa de aguinaldo por Fray Diego de Soria, en ellas se fusionaban pasajes de la Navidad y se iluminaban con bengalas, pues se había introducido la pólvora a tierras mexicanas.
Con ello, se buscaba cristianizar a los nativos de Teotihuacán, que para no sentir el golpe del cambio tan duro, esperaban la llegada del Niño Sol, Huitzilopochtli.

Por otro lado, en Estados Unidos, no fue sino hasta la Proclamación de su Independencia en que la celebración quedo arraigada. Los culpables de que lo celebremos con el famoso espíritu, la paz, el amor, la reconciliación y el famoso tiempo de unión que ahora lo hacemos se lo debemos a Washington Irving – de hecho se le considera el inventor de la Navidad sentimental – , quien escribió una historia llamada “Vieja Navidad” donde resaltaba la caridad, la ayuda al prójimo y el amor, cosas cursis que se iban alejando cada vez más de la súper alocada fiesta que representaba el carnaval romano.

Por otro lado, Charles Dickens escribió la historia más famosa sobre este tema “cuento de Navidad”. Su legado más grande ha sido la famosa frase “Feliz Navidad”.

En diciembre de 1823 nace uno de sus símbolos más famosos, Santa Claus, aunque este vio su nacimiento en el poema de Clement Clarke Moore “Una visita de San Nicolás”.
En el se describe su aspecto físico, el nombre de sus renos y su oficio de repartir juguetes. El ilustrador Thomas Nast fue el encargado de dibujarlo con el aspecto inconfundible que lo conocemos hoy.

Todos se enamoraron de él y desde entonces, apareció en las tarjetas navideñas, luego en cajas de juguetes, luego en las tiendas y en un abrir y cerrar de ojos se volvió el embajador de los buenos deseos de Coca Cola.
Desde aquí el tema sirvió para el consumismo, especiales televisivos, artículos, discos con los cantantes de moda, peluches y adornitos de colores.

En España, se continuo con la parte de más tradicional, por ello – y como parte de su legado – en México recibimos regalos de los Reyes Magos, ponemos nacimientos y son tan importantes las misas del 25 de diciembre.

Por lo que si deseas ver una interesante fusión de culturas voltea a un lado de tu casa para ver el árbol de Navidad y al otro para ver el nacimiento.
Yo lo que sé es que lo que lo único que me gusta de la Navidad es que transmiten “Mi Pobre Angelito” en todos los canales de televisión.


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