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Crimen sin castigo: el modelo Amozoc, amasiato entre parientes y delincuentes.

En sus inicios los artesanos de Amozoc, Puebla, mostraron una especial habilidad para trabajar la cuchillería y los accesorios de la charrería.

Desde hace treinta años el municipio se convirtió en un centro de “armeros”, diestros expertos en restaurar armas de fuego. Una vieja pistola calibre .45 o un revólver .38 que estaban arrumbados en un cajón, pasaban por sus manos y quedaban en óptimas condiciones.

Los viejos “armeros” señalan que fue un teniente del Ejército Mexicano ya retirado quien les enseñó el singular oficio de restaurar armas; ajustar el gatillo, cambiar la aguja, colocar nuevas cachas.

En ocasiones hacían trabajos especiales para clientes “profesionales”; por ejemplo, un supresor de sonido, un silenciador para una escuadra .9 milímetros. Un accesorio letal y propio de un sicario.

Sin embargo el municipio de Amozoc nunca fue un punto rojo en el mapa delictivo hasta que -de la mano del morenovallismo-, llegó la industria criminal del huachicol.

El tranquilo municipio pasó a convertirse en una de las aristas del “Triángulo Rojo”. Muchos de los jóvenes del municipio cambiaron una modesta bicicleta por una Ford Lobo o la motocicleta Italika por una BMW.

El finado analista Alejandro Hope se preguntó: ¿En qué momento se jodió Puebla? y en Cúpula respondimos cuando llegaron Facundo Rosas y Víctor Carrancá Bourget.

En el morenovallismo lo único que importaba eran los billetes, aunque salieran de manos de criminales.

Aquel apacible municipio de Amozoc se convirtió en refugio de huachicoleros y bandas de asaltantes en carretera.

Pese a que la actividad de robo de combustible ha disminuido el azote de la población ahora se disfraza de autoridad política.

Bajo la administración del presidente municipal Mario de la Rosa siguen operando grupos delictivos que se mueven por toda la ciudad portando armas de alto poder, como fusiles AK-47 o AR 15.

Los amazoquenses (el debido gentilicio) ya no saben de quién cuidarse, si de esos sujetos o de los hijos del alcalde que públicamente son señalados de portar armas de fuego, balear un domicilio y amenazar a otros jóvenes.

Mario de la Rosa y sus vástagos sabían lo que ocurría en el bar “Pinochos” que era el centro de la  venta de narcóticos, armas, lenocinio y prostitución. El alcalde lo sabía perfectamente y lo toleraba.

Pese a los hechos ocurridos la madrugada del viernes 23 de junio, nada ha cambiado.

Ese día cinco personas fueron ejecutadas. Horas después circuló un video en el que una fémina revela que vendía narcóticos bajo las órdenes de “El Negro”. Poco después fue encontrado el cuerpo de la mujer.

El crimen permanece impune mientras la venta de estupefacientes continúa al tope en otros antros y tugurios.

Bajo la administración de Mario de la Rosa los “dealers” viven una primavera.

Los pobladores saben que familiares del alcalde son el puente, el vínculo con grupos criminales. Empero el funcionario es intocable mientras los narcomenudistas se siguen fortaleciendo.

Vamos a otro municipio que está hundido en la inmundicia.


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