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Hace algunos años me comentaba una de mis amistades que no me había visto enojada, que si nunca lo hacía, no pude evitar echarme una carcajada mientras le comentaba que sí, que mentiría si le dijera que no siento nada, pues hay personas que aún permito que generen algo en mi, pero que en este proceso en el que me voy viviendo, he descubierto que muchas de esas cosas que me generan “molestia” obedecen a la razón del espejo, por eso me hacen click.

Cuando descubro algo que me incomoda, lo acepto, veo de donde viene, trabajo esa situación y la suelto.

La respuesta fue un “Yo no podría, lo primero que me salen son groserías, me exaspero y digo cosas que luego me arrepiento pero ya las dije”, exponía.

El secreto, le dije, es que termino por darme cuenta que yo en algún momento estuve en el otro lado; falle, herí, mentí, me equivoque y después de darme cuenta y llevar a cuestas mi culpa, la parte afectada terminaba por pasarme el corazón por el rayador, como si mi propio juicio no hubiera sido ya suficiente.

El secreto que hay bajo el secreto es la compasión.

¿A qué me refiero con esto? Pues si les ha tocado vestir la playera del “culpable” seguramente habrían agradecido a la tierra si por un segundo se abriera y los tragara antes de seguir escuchando las palabras de su inquisidor.

Se sufre un montón; uno no puede ya con las palabras de culpa que van desfilando por la mente y todavía hay que ir esquivando los reclamos de la “víctima”.

Hay un significado de esta bellísima de esta palabra que hace referencia al “padecer con”. La compasión nos ayuda a abrir las puertas del corazón y hacer una conexión con las necesidades ajenas y es muy necesaria en un mundo donde prima el egoísmo y en el que la mayoría de las personas está preocupada por satisfacer únicamente los deseos propios y cierra los oídos del alma al clamor de los demás.

Ejemplos abundan en la ciudad: el indocumentado que te pide para un taco y le respondes que no tienes; el indigente que esta recostado en la acera por la que caminas y le miras con indiferencia; el amigo que quiere hablar contigo y no le coges el teléfono porque no deseas hablar de sus problemas; aquel que no quieres ayudar porque no tienes ganas o tiempo.

Creerán en estos momentos que el texto con el que abrí esta columna poco tiene relación con esto, pero esas son la situaciones más cercanas que vivimos con los nuestros en los que detrás de esas conductas lastimeras se esconde una necesidad de amor, de miedo, de ser escuchados, de confusión y es entonces donde el acercarnos con un abrazo cálido después de una equivocación sería como un bálsamo para el corazón.

Buda decía que había 4 estados de la mente que debíamos poner en práctica para beneficio propio y de los demás.

EL AMOR es el primero de ellos. No se refiere a aquel que tiene que ver con la exigencia y el apego, no ese que se ve obligado a cumplir expectativas; sino aquel que nace de la consciencia y la sabiduría y que se regocija en la felicidad evitando lo más posible el sufrimiento.

El segundo estado es LA COMPASIÓN que nos ayuda a ver en el otro mi propio ser. Al darme cuenta de esto se produce magia pues no voy a desear más que bienestar en aquel que no es más que una representación de mí mismo, una extensión.

LA ALEGRÍA COMPARTIDA es el tercer estado y esta se refiere al estar feliz por los éxitos y los logros de los demás. Saber que todos vamos andando caminos y que habrá quienes seguramente lleguen primero a su destino y que esto más que generarme envidia, debería ser un motivo de fiesta y motivación para el corazón.

El ultimo estado es la ECUANIMIDAD en la que consideramos a cualquier ser vivo como merecedor de la compasión. Este último estado se va desarrollando por medio de la empatía en la que nos vamos dando cuenta que todos los humanitos que compartimos en esta tierra nos une la misma cadenita “Ser felices y no sufrir”

Antes de embarcarnos en esta hermosa tarea es importante saber que el primer ejercicio de compasión que debemos hacer es con nosotros mismos.

Entender que somos un ser humano en desarrollo y por ello sufro, soy presa de muchos de mis instintos, experimento emociones “negativas” que seguramente me hacen responder con amargura, por ello es necesario atenderme y a cuidar de mí para que desde aquí pueda atender y cuidar a los demás.

Recuerda que nadie da lo que no tiene.

Si deseas felicidad, procura felicidad para los otros, si no deseas sufrir, trata, en la medida de lo posible sufrimiento a los demás.

Un abrazo sincero al que ha fallado, palabras alentadoras, una sonrisa que conforte, la ayuda a cualquier ente sintiente es una buena forma de dar nuestro primer paso a la práctica de la compasión.


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