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La pareja ideal.

¿Cuántas veces no nos topamos con esta pregunta en diferentes conversaciones que gastamos en un café o en el bar?

Metemos la mano en el corazón y sacamos una enorme lista de cualidades que esta debe poseer que la hagan altamente especial, acto seguido escudriñamos en las memorias guardadas en el cerebro y entregamos otra lista oral no menos larga de aquello para considerar con el candidato ideal para ganar un lugar en nuestra vida.

Nos hemos pasado todos los años ajustándonos a estándares propuestos por diferentes personas que, como una lista de deseos – similar a la del súper- proponen diferentes cosas que uno debe ser o hacer para ganarse una etiqueta benévola.

“Pánfilo es un buen partido” dice una de nuestras amigas. “¡Si, pero se la pasa todos los sábados por la noche metido en el bar!” responde otra.

“Ah pero, bebe tranquilo y no se mete con nadie, yo no lo veo nada de malo” responde alguien más.

La cosa es que al final no sabemos si el pobre Pánfilo será o no buen partido por el montón de etiquetas se carga el pobre.

Este tema no le era para nada ajeno David Hume, un filósofo escoces que nació allá por el año de 1711.

Para él, la ética, es la que nos ayuda a diferenciar lo correcto de lo incorrecto no es la razón como muchos de los filósofos de su edad lo aseguraban si no las emociones.

Cuando calificamos algo como “malo” es porque un elemento emotivo (puede ser desaprobación) hace que consideremos a esta acción u objeto como tal.

Sin embargo cuando coincidimos con alguien en aprobar algo, consideramos que lo que está sucediendo es correcto.

Por ejemplo: Hay para quienes la tauromaquia es un arte, ya que provoca muchas emociones. Federico García Lorca afirmaba que “Es la fiesta más culta que hay hoy en el mundo”.

La fiesta brava ha sido inspiración de muchos artistas que en la pintura, escultura, literatura, música, fotografía, arquitectura y cine han plasmado un poco de ella; así lo atestiguan: Goya, Dalí, Picasso, por nombrar algunos.

Sin embargo para los antitaurinos, ambientalistas y algunas personas más, esta práctica es repulsiva, falta de simbolismo y cruel, además de que creen que nadie de buen corazón y espíritu pueda verla.

Lo cierto es que ante éste panorama ambos bandos defienden con sus propios argumentos lo que para cada uno significa sin aun definirse si es una actividad buena o mala.

Lo mismo sucede con el aborto, los linchamientos y un sinfín de temas que no se logra esclarecer a que bando pertenecen.

En resumen, cada uno de nosotros que posee emociones diferentes puede llegar a tener concepciones morales y éticas diferentes, es decir, aquello que a mí me emociona puede ser que a otra persona le moleste, por lo tanto, no existe un criterio moral universal si no que cada uno de nosotros de acuerdo a lo que siente encuentra aprobación o rechazo y por lo tanto gesta su propio juicio.


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