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¿Aprendimos la lección?

“La historia de un virus maldito”

Apenas hace doce meses escuchábamos desde la china ecos confusos de una rara enfermedad que al parecer provenía de los murciélagos, y que parecía de altos vuelos y muy dañina. Poco nos importó por varios meses, no era posible que un miserable virus pudiera dañar a la “raza de bronce”, o que no se pudiera prevenir con un mole de guajolote, y que si llegaba sería con destino a los fifís, y no a los pobres que arto abundan en nuestros lares.

Lo demás es historia que hemos visto pasar día a día frente a nuestros ojos, dolores sin poder acallar porque la mayoría de difuntos se van solos y en silencio. El miedo empezó a cundir como veneno imaginando que todos éramos sospechoso y candidatos a ser vigilados.

En 1995 José Saramago en su libro: “Ensayo sobre la ceguera” describe con exactitud lo que ahora vivimos: solo bastaba que un ciego –de los que se multiplicaban por miles- estuviera cerca de los que veían, para que estos cayeran en las penumbras. Al final todos vuelven a la luz, pero cada uno sacó lo peor que llevaba adentro.

Hoy todos somos diferentes, y frente a una realidad que debemos aceptar e integrar a nuestro vivir diario, porque, aunque la vacuna sea cacareada con gritos y remates como la conquista del Everest: “misión cumplida”, el bienestar de todos está todavía muy lejos.

Sabemos que las secuelas no son solo de las miles y miles de muertes, sino también de las grietas pavorosas de la economía, del daño inconmensurable a las emociones y el retraso en todas las dimensiones de la sociedad.

¿Cuánto vale la vida?

Desde hace dos sexenios empezamos a esculpir con el cincel de las masacres en nuestros cerebros, que la vida al parecer no vale nada como dijera José Alfredo Jiménez, que los asaltos, que los feminicidios que pasan a cada instante, que los robos y secuestros deben ser parte del menú para los mexicanos; nos “fueron acostumbrando” a que la muerte ronda como cobrador desesperado frente a la casa. Pero había en nuestro destino otra ruta que hoy no sabemos cómo salir de ella. Desde el punto de vista filosófico y hasta biológico la vida es el supremo valor en esta existencia de los terrícolas; sin ella todo es vano e insulso y sin razón de ser.

Hemos aprendido a que la vida es muy frágil, que la muerte aun siendo parte de la vida se asoma a cada instante fragmentando con azoro nuestra existencia.

El tiempo –sabio maestro- nos hará ver que nuestra existencia es finita y a corto plazo, y que desperdiciamos momentos plenos, por la envidia y la avaricia.

Nos queda claro que el gobierno fue rebasado en estas horas oscuras de la pandemia;

Nos queda claro que los intereses políticos y miserables se antepusieron al bienestar colectivo, y que la necedad absurda permeó siempre, por miedo a ceder, como el uso del cubrebocas;

Nos queda claro que la lección que vivimos es la más dolorosa en los últimos cien años, y que requeriremos mucho tiempo por volver a tomar el vuelo, y que cada cual con sus respectivas fuerzas tendrá que hacerlo;

Nos queda claro que el gobierno no hará nada concreto por respaldar al que si no murió quedó en la miseria, y solo serán las dádivas clientelares las que serán estandartes para fotos y reseñas.

Lamentablemente no hemos aprendido la lección, y de ello el concierto internacional de países nos lo dicen sin reparos.

Sin embargo, los ciudadanos que somos los más, y no los menos sabremos atrapar la experiencia de este virus maldito, en que unidos y siendo solidarios si veremos un México más claro y justiciero.


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