Seguramente si en este momento cerraras tus ojos y pensaras en esa persona que has considerado como significativa en su vida probablemente el corazón pareciera latir un poco más rápido y experimentes alguna emoción de angustia, tristeza, amor o tus labios se deformen hasta formar una simple sonrisa. El apego se manifiesta en nuestra vida a través de las emociones o en los recuerdos. Muchas veces se le suele confundir con algunas otras cosas como el amor, el cuidado, la ternura pero en realidad a través de el que se puede experimentar todo eso.
Somos la especie más frágil de la naturaleza. Desde que nacemos necesitamos a nuestra madre casi de forma absoluta para poder sobrevivir, a diferencia del resto de los integrantes de la especie animal, que están preparados para ser independientes en un lapso de tiempo muy corto, para nosotros el apego es vital. Desde pequeños necesitamos sentirnos seguros, protegidos e incluso amados por lo que regularmente formamos un primer vínculo afectivo con nuestra mamá o con la persona que nos cuida.
Conforme vamos creciendo y compartiendo con amigos, primos, hermanos o compañeros de la escuela, esta red se va expandiendo de manera tal que muchos pequeños desde el jardín de niños poseen un mejor amigo o se sienten identificados con alguna persona fuera de la familia y es así como al pasar de los años vamos queriendo y dejando que nos quieran.
El apego es importante durante los primeros años de vida, pues nos permite crecer con seguridad emocional, solo que muchas veces, por algunas razones – tal vez hasta ajenas – esta figura no está allí. En estos casos, creamos una sensación de vacío afectivo y nos da como resultado angustia para tomar decisiones.
En el plano afectivo, buscamos una pareja que nos de un tremendo amor incondicional y cuando ya la encontramos, nos frustramos ante cualquier señal de indiferencia o desapego que muestre. Sentimos un miedo indescriptible con solo pensar perderlo pues lo reconocemos como la única persona capaz de dotarnos de todo aquello que nos falta.
Podemos ser el peor de los villanos con tal de mantener al buen samaritano a nuestro lado, porque nos volvemos desconfiados, celosos y excesivamente exigentes con nuestra pareja.
Le recalcamos hasta el cansancio sus faltas, como si tuviéramos un archivo ordenado por nombre y fecha de todo lo que hizo mal, pero también tenemos reclamos por aquello que esperábamos que nos dieran y nunca llego, haciéndole la vida realmente pesada.
Sin embargo, el dictador frustrado en el que se ha vuelto el apegado sufre también, pues tiene que estirar su personalidad lo más que pueda de manera que termine siendo aquello que agrade al otro con tal de que no se vaya.
Es este uno de los puntos más tristes, pues cuando uno toma la decisión de hacer cosas que ni piensa ni siente – creyendo que es la única forma en que se puede mantener contento al objeto de mi apego – , vivo con estrés y lo más grave, creo una adicción emocional acompañada de hermosas y conocidas frases como: “sin él no puedo vivir” o “desde que la conocí soy el hombre más feliz del mundo”.
De estas disfuncionalidades pueden surgir relaciones que por lo regular están decoradas con dolor y sufrimiento, incluso a muchos de nosotros nos cuesta comprender como personas que viven relaciones de violencia llegan a decir frases como: “Es que es el padre de mis hijos” “es que lo amo”
¿Qué podemos hacer? Recuerda quien eres, pero esto no tiene nada que ver con tu nombre y apellido si no, cuáles son tus verdaderas cualidades, tocar por entero tu ser apretando el botón de la meditación, donde experimentaras no solo calma si no pensamientos muy amorosos, armonía, estabilidad y silencio hasta comprender que tu realmente eres todo eso.
Como segundo punto descubrir a que cosas te has vuelto adicto o dependiente, reconoce aquello con lo que no te sientes a gusto si no lo tienes o no lo has experimento o no está a tu lado.
Es importante también situarse en el presente, sin voltear la cara al pasado o armarse de la bolita de cristal para ver el futuro.
La paz está en el presente, tanto así, que la meditación (si otra vez) nos trae al presente, concentrándonos, ya sea en nuestra respiración o en una visualización y es aquí donde encontramos el equilibrio y la armonía.
No podemos quedarnos clavados en el pasado odiando a quien no hizo hace 5 años, ni tampoco vivir con la añoranza de que todo ira mejor cuando “algo” por fin suceda.
Otro punto seria, soltar nuestra parte de víctima, dejar de cargar todo aquello que nos han hecho, lo que hemos pasado, las “personas malas” de las que fuimos presos, pues en todo esto falta una parte, aquello que nos correspondía a nosotros hacer como los protagonistas de nuestra propia historia.
En lugar de quejarnos tendríamos que abrazar y descubrir aquello que teníamos que aprender y luego ver que tengo que hacer a partir de ahora para mejorar la calidad de mi vida.
El desapego es una conciencia de que somos seres plenos y que merecemos vivir una vida con calidad.
“Vive cada experiencia y cada relación con toda intensidad. Se y deja ser, esto es la libertad emocional”
Enric Corbera.