Concepción Hernández Méndez
Del delito, su sanción y prevención se ha escrito mucho, se han realizado foros, conferencias, congresos, seminarios, cursos, etc., pero poco se ha avanzado en la vida real en materia de prevención.
He oído a algunas personas dar consejos y escribir alguna guía para prevenir el delito. entre algunas de las medidas sugeridas están la de iluminar las calles, tener un perro en la casa, comprar un arma, poner electrificar las bardas, ponerles malla y picos de vidrio, instalar circuito cerrado de televisión, poner una guardia privada, cerrar los barrios y pagar vigilantes, no andar con dinero, no ir de noche al cajero ni abrir la casa a desconocidos, hablar a un número telefónico, chapear la hierba crecida en baldíos contiguos a las casas, no pasar por los parques de noche, etc.
Todas éstas y otras medidas más, obedecen a un enfoque situacional. Evitar ponerse en situación de víctima, es siempre buenas recomendaciones, pero como estrategia de prevención tiene el defecto de que toda la carga de la defensa o autodefensa o protección, recae en los ciudadanos, no en el estado: una paga al vigilante, una debe aprender a disparar y gastar en una pistola, una debe gastar en la instalación de medios electrónicos de vigilancia, etc., las jóvenes “deben vestir de otro modo”, pero todo esto no es suficiente, sobre todo cuando se vive en ciudades sumamente peligrosas, como Tijuana, Cd. Juárez o Veracruz, pues las medidas que nos recomiendan son para enfrentar o salvarnos de la delincuencia común, no de la organizada.
Por otra parte, la prevención sociopreventiva del delito, consiste en la participación activa de la ciudadanía organizada, que, siguiendo de cerca a organismos estatales o municipales, dialoga con ella, los vigila y les sugiere formas más efectivas de enfrentar el delito.
desde el enfoque sociopreventivo, se mapea una ciudad, se definen los barrios más criminógenos, se detectan grupos en peligro, sobre todo los jóvenes, mismos a los que se les busca empleo y se les involucra en distintas actividades, también se ilumina las calles, se arreglan los parques, se sugiere al gobierno una serie de medidas sencillas, por ejemplo, a víctimas del robo de vehículos, se les venden a bajo costo autos recuperados, motocicletas, incluso bicicletas que le fueron “aseguradas a personas procesadas” y que no se rematan a cualquiera, sino se les entregan a víctimas de ese delito a cambio de un pago económico. Se puede prevenir la violencia en los estadios, el robo en carreteras. desde el punto de vista sociopreventivo, participan las escuelas, las iglesias, los presidentes municipales también. La seguridad ciudadana no se deja en manos exclusivas de organismos de procuración y administración de justicia o a los de vigilancia, que han dado muestras de ineficiencia. Se realizan acuerdos con organismos ciudadanos, no los surgidos coyunturalmente, sino los que conocen y han trabajado esta problemática.
Sabemos que el delito es imposible de erradicar, pero puede disminuir en cantidad e intensidad. Toda sociedad quiere vivir en paz, en tranquilidad, sin miedo. Esta utopía se puede construir si y sólo sí, participa la sociedad organizada, desde la investigación hasta el diseño de políticas de reinserción de los infractores.
No me refiero a la delincuencia organizada, sino en la común. Se deben hacer registros además de los mapeos, se debe orientar a los maestros y se debe desarrollar una política especial para los jóvenes. Las estadísticas muestran que la edad criminógena es entre los 20 y los 40 años.
Con un buen diagnóstico se puede conocer la problemática y abrir a la discusión el cómo y qué hacer. sin diagnóstico, no podemos prevenir, pues desconocemos la forma y dimensiones del problema.
Desde luego que la criminalidad se manifiesta más en las grandes ciudades que en centros urbanos pequeños. En todo el mundo los índices delictivos de las grandes ciudades, son impresionantes, esos sí vinculados al narcotráfico.
En todo el mundo también no han sido las políticas de represión, mediante violencia y actos policiacos, las que han disminuido la criminalidad en esos lugares, sino la organización ciudadana, la acción social bien dirigida, los centros de identificación de jóvenes de riesgo para brindarles orientación y educación cívica y de legalidad, el incremento en las fuentes de empleo, la información a la sociedad sobre sus derechos y la transparencia en el actuar político. en resumen: la lucha contra el crimen ejercida a través del ejército y de la violencia sólo tiene un final: la derrota. Lo malo es que en México no vivimos una cultura de la legalidad, por los intereses de los grupos de poder y la corrupción de gobernantes que se ponen de rodillas ante los pequeños y grandes sátrapas.
A nuestros desgobernantes y representantes -a muchos de ellos, porque no a todos – no les gusta la rendición de cuentas, ni ser cuestionados en su actuar.
La prevención concreta del delito en las sociedades en las que las mafias ponen en riesgo la convivencia, como ya ocurre en nuestro país, en las ciudades han desarrollado estrategias tales como la creación de la “arquitectura de la seguridad” -zonas residenciales que cuentan en su interior con escuelas, centros comerciales y parques con todos los servicios, rodeadas de altas murallas, fuera de las cuales queda el resto de la ciudad-, con la desventaja de que excluyen a todos los demás.
Algo interesante de los remedios propuestos es la legalización de las drogas para disminuir la violencia y la corrupción asociada a las mismas. El profesor italiano Begnini dijo en una conferencia que dio en Pachuca ¿cómo podemos esperar la desaparición en la sociedad de un producto cuya producción es ilegal, pero cuyo consumo no lo es? Una mal aplicada moralidad y un abuso en la mala interpretación de los derechos humanos hacen que no sea delito grave el consumo de estupefacientes, con lo que la demanda siempre está presente.
Y si hay demanda, pase lo que pase habrá oferta y si es ilegal, mejor aún, ya que los costos de venta pueden ser muy, muy elevados. Sólo hay dos vías de atacar al narcotráfico: legalizar producción y consumo -con lo que se acaba con la mediación ilegal, los costos disminuyen en alto porcentaje, y hay pérdidas millonarias para las mafias- o volver tan ilegal el consumo como la producción -con lo que el temor a las penas disminuiría notablemente el número de consumidores, bajando los ingresos de compra y volviendo, eventualmente, insostenible la producción-.
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