Concepción Hernández Méndez.
Cada cultura y cada pueblo han imaginado cómo surgió este mundo en el que vivimos o tlatícpac. El Popol Vuh, libro de los mayas, cuenta ese origen del mundo y del hombre dando una gran importancia al maíz, del que estamos hechos los indios, pues el maíz es nuestro alimento, es nuestro sustento, es nuestra vida. El maíz decimos, es creación del hombre, no sólo de la naturaleza tal cual, pero para los mayas, los mayas hicieron al ser humano de maíz. Las culturas del altiplano elaboraron también una explicación del origen del mundo y seguramente la fueron enriqueciendo poco a poco, pero resalta en ella el papel que dieron a las constelaciones, pues toltecas, mexicas, otomíes, como los mayas, fueron grandes observadores del cielo nocturno, en el que encontraron respuestas a las grandes interrogantes: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, etc.
Hablemos de los mexicas, que recogieron y se apropiaron del pensamiento, símbolos, creencias y conocimientos de las culturas que los precedieron. Para ellos, al principio del tiempo había en el universo una dualidad masculina-femenina a la cual llamaron Ometecuhtli y Omecihuatl, el Señor y la Señora de la Dualidad, los cuales procrearon cuatro hijos, cuatro encarnaciones del Sol a los que encomendaron la tarea de crear el mundo, de dar vida a los otros dioses, a plantas y animales para, finalmente crear la raza humana.
Cada uno de los hermanos representaba un orden, un tiempo, un espacio, un punto cardinal y un color. Ellos eran los cuatro tezcatlipocas: el rojo se llamó Xipe Totec, el negro Tezcatlipoca, el azul Huitzilopochtli y el blanco Quetzalcóatl. Este último es muy conocido en sus representanciones escultóricas o en los códices: con un gorro cónico y con pico de ave, como Ehécatl o Dios del viento, cuya máscara con pico representaba el soplido, el silbido del viento.Tezcatlipoca, más que “espejo que humea” (tezcatl: espejo y poca, contracción del verbo humear = popocatl), era un Dios nagual, la deidad más antigua de Mesoamérica que viene del tiempo de los olmecas. Los otros tres tezcatlipocas pueden ser solo distintas advocaciones del mismo dios.
Tezcatlipoca porta un espejo humeante en el que se reflejan los hechos de la humanidad: buenos y malos. Como divinidad aérea, representaba el aliento vital y la tempestad y llegó a asociarse posteriormente con la fortuna individual y con el destino de la nación azteca. Tenía poderes destructivos y, como tal, recibía los apodos de Nezahualpilli (jefe hambriento) y Yaotzin (el enemigo). En su honor se celebraba la fiesta más importante de los aztecas: el Tóxcatl, sacrificándose en su honor un joven honrado que lo representaba, provisto de todos sus atributos, entre ellos un silbato, con el que producía un sonido semejante al del viento nocturno por los caminos.
Mito de la creación.
En un tiempo ya ido, remoto, los hermanos Quetzalcoatl y Tezcatlipoca, preocupados de que los dioses estuvieran tan solos decidieron crear la tierra, pues sólo había entonces un inmenso mar en el cual vivía Cipactli, el monstruo de la tierra. Así, a ese monstruo que flotaba en la penumbra de la nada, lo desmembraron, creando de su cabeza los trece cielos; de su cuerpo, la tierra y de su cola los nueve mundos subterráneos del Mictlan. Para hacer eso Tezcatlipoca se acercó al monstruo y engañándolo para distraerlo, le ofreció su pie izquierdo. El monstruo cayó en la trampa y le comió el pie, lo que aprovecharon Tezcatlipoca y su hermano para desmembrar al monstruo, estirándolo para dar a la tierra su forma, convirtiendo sus ojos en lagunas y mares, sus lágrimas en ríos y sus orificios en cuevas. Después lo cubrieron de vegetación para confortar su dolor. Ya hecho el mundo terrestre, los dos dioses crearon a los primeros hombres.
Desde luego que hay otros mitos, como el de los Soles, que por ahora no abordamos.
Tezcatlipoca es representado en distintos códices como un dios cojo, que lleva en vez de pie izquierdo, una pluma o un hueso. La explicación es que los sabios mexicas al ver el cielo nocturno, en la constelación de la Osa Mayor veían a ese supremo dios: el Tezcatlipoca Negro, que en invierno no se ve completo, faltándole una extremidad. De ahí pensaron que un ser inmenso, el Ciplactli, le comió su pie a Tezcatlipoca.
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Tezcatlipoca Negro es también el cielo nocturno, es el dios de la noche, por lo que es un nagual, un mago, un hechicero. Se le representa como ser nocturno como tigre, como pavo, como coyote: es Huehuecóyotl. Se asocia con la luna y el conejo (de la luna), el tigre cuyas manchas son las estrellas visibles en la noche. Esta deidad fue la suprema, la máxima deidad del tiempo anterior a la llegada de los españoles, fue adorada por los tlaxcaltecas con el nombre de Camaxtli, incluso un pueblo cercano a Libres (estado de Puebla) lleva su nombre: Ixtacamaxtitlán (tierra del Camaxtli blanco), un pueblo tan pintoresco por cierto, por el cual pasó Hernán Cortés camino a Tenochtitlán y al cual llamaron los españoles Castilblanco.
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En los Tuxtlas (Veracruz) el viernes primero de marzo de cada año los curanderos preparan sus hierbas, van a una cueva a pedir a una deidad nocturna (que imaginan es un tigre) que ruge en una cueva, que los deje curar, adivinar, hacer el bien y también el mal. De esta forma puede uno constatar que Tezcatlipoca subsiste aún en sus distintas advocaciones, en diferentes imágenes, aunque subterráneamente, pero vive ¿Cuánta gente pide ayuda a esos hechiceros, a esos adivinos como los de Santiago Tuxtla o Catemaco?. Tezcatlipoca está vivo, ese supremo señor de nuestro pasado, enterrado, silenciado, reprimido por la inquisición, igual que Quetzalcóatl aparece en la cúpula central de la iglesia de Santa María Tonanzintla, en Cholula. Habremos de pensar más en las transposiciones de esta cultura mestiza que niega nuestro ser indio, sin poderlo (afortunadamente) exterminar. Mataron a nuestros dioses, nuestros troncos, nuestras ramas, pero no pudieron cortar nuestras raíces, que ahí están, como dice algún poema.
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