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Los hechos conmocionan a la opinión pública nacional. El crimen que segó la vida de la pequeña Fátima es inenarrable, indescriptible, escapa a cualquier tipo de raciocinio.

Pero en el otro lado del mostrador es evidente que el gobierno federal no quiere reconocer que desde hace unas semanas comenzó a generarse un grave desgarre social que en horas recientes se convirtió en fractura.

El desgarre comenzó con la masacre de la familia LeBarón; los asesores de la 4T pensaron que lo más fácil era criminalizar a las víctimas, al más puro estilo de Felipe Calderón, pero en una versión infrahumana se acusó a la familia afectada de tener nexos con el crimen organizado, además de ser ‘polígamos’.

Semanas después vendría la marcha convocada por el poeta Javier Sicilia que inició y terminó en medio de grotescas agresiones.

El mandatario se refirió a la caravana como ‘un show, un espectáculo’; días después el Subsecretario de Gobierno Ricardo Peralta Saucedo publicó el tuit ‘A chillidos de marrano, oídos de chicharronero. #Refran de #FelizLunes’.

La regla es: toda una serie de infamias y mezquindades contra aquel que reclame al régimen.

El presidente López Obrador trata de minimizar, de desoír las voces incómodas que denuncian la violencia desbordada que azota al país.

Pero ni la rifa del avión presidencial, ni la convocatoria a los grandes capitales pueden contener los ríos de indignación social.

En días recientes se dieron las múltiples marchas por el bestial asesinato de Ingrid Escamilla. El episodio dio lugar a la intervención de la activista Frida Guerrera quien cuestionó al presidente sobre su postura frente a los feminicidios. El mandatario mostró que no estaba dispuesto a darle mayor tratamiento que el estrictamente necesario y para ello fue apoyado por la prensa cómoda.

La tensión entre los grupos feministas y el régimen lopezobradorista se desgarró.

Pero la verdadera, la auténtica fractura llegó con el crimen que arrebató la vida de la pequeña Fátima.

La frágil relación entre los grupos sociales que levantan la voz por la violencia y el mandatario se divide en el momento en que fue encontrado el cuerpo de Fátima.

A partir de ese instante hay un antes y un después.

El problema de fondo es que la 4T no tiene una política de Seguridad Interior y mucho menos una auténtica estrategia para enfrentar los crecientes feminicidios.

López Obrador sigue sosteniendo su tesis -ya despedazada-, de que recomponiendo el tejido social la violencia cesará.

Y esto es muy probable. En el mejor de los casos si sus programas asistenciales tienen éxito, en 15 o 20 años veremos algún síntoma de restauración y reconstrucción social.

Mientras tanto es un hecho descarnado que la 4T no tiene una política de seguridad.

Y las heredadas del pasado solo son medidas cosméticas. Las llamadas ‘Alertas de género’ no han logrado detener la violencia feminicida. En todo el país ni un solo estado cuenta con mecanismos de prevención; no hay áreas especiales en los sistemas estatales del DIF para proteger a las mujeres víctimas de la violencia; los pocos refugios que existen son de organizaciones civiles; las llamadas ‘fiscalías especiales’ son enormes vitrinas de simulación jurídica y en toda la república no hay un solo juzgado especial para crímenes de género.

Hoy queda de manifiesto que en materia de feminicidios el presidente no tiene asesores y tampoco tiene la más remota idea de qué hacer frente a esta violencia.

Y mientras el gobierno federal no ofrezca soluciones reales y tangibles, el encono social seguirá creciendo.

Repetimos, desde el momento en que fue encontrado el cuerpo de Fátima el desgarre se convirtió en una profunda fractura social.

Y todo indica que la 4T no acaba de entender la dimensión del rompimiento; sus protagonistas siguen recurriendo al inútil y estéril recurso del reparto de culpas. Los tuits de Martí Batres en poco abonan al ánimo social. Culpar al neoliberalismo de la violencia feminicida es un razonamiento partidista que nada propone, nada aporta.

Es muy probable que la violencia sea un efecto del modelo económico, pero sin propuestas, sin soluciones, todo queda en una expresión demagoga.

Ya quedó más que demostrado que el régimen no sabe enfrentar los focos de la violencia.

El gran problema, el eje fundamental de esta crisis nacional es una gran cualidad de López Obrador que se convirtió en su mayor defecto.

Pocos días antes del proceso electoral de 2018 el estadio Azteca fue el escenario majestuoso del #AMLOFest, un gran evento musical como preámbulo al discurso de cierre de campaña del candidato. Ahí Andrés Manuel afirmó: ‘Estamos aquí por la terquedad’ y efectivamente, es una premisa toral sin la cual no se puede comprender la trayectoria del tabasqueño.

Pero esa característica, la terquedad que fue su principal cualidad como líder opositor se ha convertido en su mayor defecto como gobernante.

López Obrador a nadie escucha. Su opinión y parecer son omnímodos y absolutos en Palacio Nacional. Ni remotamente puede considerar la creación de consejos consultivos, porque terminarían en rompimientos irreconciliables.

El problema de los feminicidios amerita la creación de un gran consejo de expertas en el tema; trabajadoras sociales, psicólogas, abogadas de alto nivel. Asimismo es urgente y prioritaria la instalación de sistemas de atención y proximidad social, de procuración e impartición de justicia enfocados a la problemática de los feminicidios.

Pero nada se está haciendo.

Mientras tanto ya se generó una profunda fractura social y no vemos el yeso que la pueda recomponer.


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