“Cuando eres culpable no odias a tus pecados, sino a ti mismo”
Anthony de Mello
Querido lector: Pido su comprensión por la presentación de esta columna, pues contiene algunas variaciones de lo que se estaba acostumbrado normalmente. Este es un artículo colaborativo, pues andaba mi alma un poco deshilachada y por ello ante un llamado a la ayuda varios corazones se unieron a construirla; la segunda razón responde a que necesitaba consuelo por lo tanto esta columna es de mi para mí, pero aquí se la dejo, por si le apetece echarle un ojito.
Partiendo de mi idea de que todos somos unos, estoy segura que muchos de ustedes han experimentado esa sensación que surge después de hacer algo que esta fuera de la norma, de lo aceptado socialmente o que de alguna manera indica daño al prójimo: La Culpa
Ésta – que para mí es un demonio terrenal – cada vez que se acerca, nos hace descender al mismo infierno al que alguna vez cayera Dante.
Al mostrarnos realmente como somos, al haber tratado a alguien mal después de dejarnos llevar por los impulsos o al decir por fin aquello que por algún tiempo callamos por no herir al otro, se experimenta una sensación en la que se arruga el corazón, el sueño se va mientras la cabeza trata de responder por qué hizo lo que hizo y llevamos a cabo un juicio de la magnitud de la santa inquisición donde terminamos por flagelarnos por haber actuado como la reencarnación del despiadado Hitler.
Lo cierto es que todo este ritual condenatorio lo hemos aprendido.
Jung hablaba de lo libres que nacemos – condicionados por nuestros ancestros (o le que llamo el inconsciente colectivo) – pero libres, sin embargo, decía que llegamos una edad en la que nos damos cuenta que si decimos o hacemos ciertas cosas los adultos se enojan y como consecuencia nos señalan, nos recuerdan que no debemos hacer “porque no está bien”, que no debemos decir para no lastimar, que hay que callar para no herir sin misericordia a los demás.
Esto genera en nuestra pequeña mente una preocupación pues de llegase a repetir esta conducta no seremos aceptados, amados o respetados – lo que para el inconsciente es terrible -. Y es entonces donde hacemos cosas que no queremos hacer pero que nos obligamos a hacer, pues la culpa ha nacido.
Así es como hemos aprendido a sentirnos culpables de ser quienes somos. La experimentamos primero a través de lo que hacemos o dejamos de hacer, luego aparece el juicio y finalmente la condena.
Y es que la culpa suele ser manipuladora. Encuentra un buen camuflaje en frases como: “No es justo lo que me has hecho” “si fuera tu yo no lo hubiera hecho” “mira como me siento por tu culpa” “¿Te has dado cuenta hace cuanto que tú no has…?” y ahí va uno callando, haciendo, diciendo o dejando de hacer para no lacerar el corazón ajeno.
Al final de cuentas, nadie puede hacerte sentir culpable porque nadie puede hacerte sentir nada.
Los sentimientos son tuyos y nadie tiene dominio sobe ellos. El génesis de la culpa se da cuando una de las partes se empeña en que tú sientas y tú te entregas a ese pedimento. “Me has decepcionado” “No creí que fueras capaz de eso” “¿Cómo es posible que tu …?”
Pero ¿Qué pasa cuando decido hacer / decir algo aun sabiendo que voy a lastimar alguien? Tomo la responsabilidad de mis actos.
Busco la forma de enmendar mi error sin condenarme, sin sentirme culpable.
Recuerdo que en esta experiencia humana me sigo construyendo y por lo tanto voy a seguirme equivocando, porque me confundo, porque muchas veces respondo a mis instintos y otras hago elecciones equivocadas.
No tengo una expectativa de que el otro sea perfecto porque sé que yo tampoco lo soy. Dejo atrás el juicio y la creencia de que puedo hacerlo todo sin equivocarme pero sobre todo tengo la grandeza para poder perdonarme.
Agradecimientos: A Wilfrido Montero, Eli Pacheco, Gaby Vera, Yael Yakotu, Lunyta Dyta, Francisco López y Alma Luna por los hilos para tejer este artículo. Hans Méndez por el toque chusco. Sam Armenta por darle voz a mis palabras en el momento que no las escuchaba. A Arturo Guizasola por burlar la distancia. A mi amado José Luis Romero que ha tomado mi confianza y corazón desde hace 6 años y a mi querido Keptha Vázquez que me trajo una frase del maestro Sabina para cerrar: “Bastante me ha costado cometer mis pecados como para malbaratarlos en arrepentimientos vanos”
Gracias, Gracias, Gracias.
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