Hubo un tiempo en el que me senté con la vida a cuestionarle varias cosas.
Tenía una vecina bellísima y no, no habló solo de apariencia física – que en su juventud no dudo ni tantito que haya sido muy guapa – , sino de la interna, que se le desbordaba por los poros.
Tenía unos sesenta y tantos años cuando nos encontramos.
Pasamos varias tardes repasando oraciones de la iglesia y haciéndome entender la importancia de los sacramentos, me preparaba para la primera comunión.
Esta hermosa mujer me acercó a la oración de una manera muy bonita.
A mis escasos 11 años me decía que orara a Dios con mucha fe para que pusiera un hombre bueno en mi vida y me contaba lo bien que le había ido a ella al hacerlo años atrás.
Vivía solita y murió de la misma forma. Su marido había muerto hacía tiempo. Tenía familia que la visitaba constantemente y viajaba varias veces al año.
Yo creo que si contemplara esa forma de vivir ahora lo encontraría maravilloso, sin embargo a esa edad me parecía algo que no me podía explicar.
Buena, allegada a Dios, inteligente y amorosa
¿Por qué siempre sola?
¿Por qué Diosito jamás le acercó a alguien otra vez? ¡No era justo!
Sumado a esto muchas veces escuchaba lo que acontecía a mí alrededor. Bombardeos en Siria, atentados en el país del norte, terremotos y todos con el común denominador de haber muerto gente inocente.
“¿Cómo es posible que Dios permita esto? Los del lado obscuro que se mueran, pero los buenos ¿cómo por qué?”.
Quiero aclarar que no es mi pensamiento actual pero así de catastrófica me veía todavía hace unos 4 años.
Yo que era la persona más cool de este planeta siempre tenía mala suerte con los novios. ¡Qué mala onda es Diosito! ¿Por qué hace eso conmigo? ¿Qué tiene contra mi? ¡No es justo!
Si no has hecho clic con nada lo anterior descrito, éste que te presento a continuación es un clásico: Cuando quedaba con alguien y nos citábamos no faltaba la frase: “Primero Dios” o “Si Dios quiere” o sea que ¿estamos sujetos a la voluntad de Dios? ¿No solo basta con que tú quieras y yo también? ¡No es justo!
La respuesta a este fenómeno la encontró hace muchos años atrás Gottfried Leibniz, filósofo racionalista que para describirlo le tome unas palabras prestadas a Diderot (filósofo francés de la época de la ilustración):
«Cuando uno compara sus talentos con los de Leibniz, uno tiene la tentación de tirar todos sus libros e ir a morir silenciosamente en la oscuridad de algún rincón olvidado».
Y es que la verdad este muchachon era una eminencia: filósofo, matemático (inventó el cálculo, la energía cinética y la lógica matemática), bibliotecario, ah y consejero político.
A través de su trabajo trata de dar respuesta a la pregunta de por qué Dios permite que sucedan cosas malas.
Como buen racionalista pensaba que todo lo verdadero era explicable.
Entre estas verdades se encontraba el destino y que nos encontramos habitando “el mejor de los mundos posibles”.
Sin embargo, por otro lado creía que había un cumulo de cosas verdaderas que quedaban exentas de esta explicación racional ya que sucedían gracias a un montón de factores que hacían que algo pudiese ocurrir.
Este conocimiento de las posibles cosas que podían unirse para hacer una verdad no estaban al alcance de cualquier mortal como nosotros, solo de Dios.
Según la física todo lo existente estaba compuesto de átomos, que según la etimología de esta palabra es “indivisible”.
Sin embargo, Leibniz decía que si este era físico, ocupaba espacio y por lo tanto puede dividirse, por lo cual no es una unidad.
Él decía que los componentes de la realidad tenían que ser inmateriales, sustancias mentales a los que llama mónadas y de estas existen muchas, muchas, muchas, siendo estas únicas, irrepetibles e indivisibles, lo que traducido seria lo que conocemos como un “universo de posibilidades”.
Esta es la parte donde van a dar la vuelta a la página o quedarse con cara de “What” que fue lo que me paso en un principio, pero déjenme explicarles un poco más lento.
Podemos entender que un montón de átomos se agrupan y forman la materia – el periódico que tienes en las manos por ejemplo-.
Las mónadas se asemejan a los anteriores, ellas forman la realidad. La diferencia es que esta es inmaterial, incorpórea y espiritual, mientras que el átomo no lo es.
Las mónadas no se pueden dividir en partes más pequeñas, porque ni siquiera tienen partes.
Las mónadas tienen la propiedad de la percepción que es la capacidad de capturar todas esas muchas versiones que existen.
Esto es como un rompecabezas, cada mónada representa una parte del universo, si unes todas las mónadas, verás el rompecabezas del universo completo.
Imagina que estas en el centro de la ciudad de Tehuacán viendo el Parque Juárez. Si lo miras desde el palacio municipal tendrás una perspectiva, si te paras desde correos tendrás otra, desde los portales lo verás diferente y desde Woolworth podrás tener otra visión.
Si logras unir todas estas partes lograras ver la totalidad del parque.
Ahora bien, todas estas mónadas están “programadas” desde la fábrica por su Creador… si, Dios quien es perfecto, al igual que el mundo que ha creado.
Él es el administrador del mundo y las monadas son todos los programas con los que puede hacer unos cocteles bastante interesantes, que debido a la individualidad de cada una le da la posibilidad de hacer cualquier combinación, puede crear lo que quiera, incluso aquellas cosas que nos causan dolor y sufrimiento.
Para Leibniz los males de este mundo son parte de un plan divino – ¡Exacto! Los programas cargados en algunas de las monadas – y son necesarios para que ocurra un bien mayor y se cumpla lo que Dios desea. ¿Les resuena “Dios aprieta pero no ahorca”? o ¿que Dios te pone pruebas para darte posteriormente la gloria?
Suena a predica de iglesia pero es bajo esta lógica que encontramos la paz para nuestras almas durante la tormenta. (Si les causa algún conflicto como a mi antes de adentrarme a un curso de milagros sustituyan la palabra “Dios” por “Universo” y vuelvan a leer)
Lo anterior nos invita a que cada que suceda algo “malo” en nuestras vidas, evitemos vociferar un “no es justo”, pues debemos confiar en el plan divino de Dios (vida o universo) ya que Él sabe cómo hace las cosas y que estas pasan por algo.
Una vez encontrado el hilo negro y soltarnos en confianza a que las cosas sean y fluyan.
Nos leemos la otra semana, Primero Dios.
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