“La Iglesia ama a sus hijos tal como son,
porque son hijos de Dios”
Papa Francisco
Toda persona es hija de Dios y hermana de Jesucristo, creaturas siempre amadas. Esa es su verdadera dignidad, su identidad más profunda y verdadera, que no queda reducida a su orientación sexual. Las personas homosexuales tienen dones y cualidades que enriquecen a la comunidad cristiana.
En ella siempre tienen su lugar como hij@s de Dios.
Todos -incluidas las personas homosexuales- ha de descubrir junta la calidad y el modo de su aporte. El Señor tiene un camino único y diferente de vida y santidad para cada persona (cfr. Gaudete et exsultate, n. 11).
Es importante que cada creyente discierna, encuentre y siga su camino personal (no el de otro), y saque a la luz aquello que Dios le ha regalado para bien de los demás, siguiendo su itinerario de humanización y de fortalecimiento del Cuerpo de Cristo.
Descubriendo el misterio amoroso del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno y cada una, y que se realiza en medio de los más variados contextos y límites de la existencia. Hay que acoger con humildad, paciencia y realismo, la “pedagogía de la gracia” con que Dios va acompañando a cada persona en particular, y no rendirse ante exigencias estériles, pesimismos, flaquezas y dificultades.
En todos los aspectos de la existencia podemos seguir creciendo (incluyendo la afectividad y la sexualidad).
Dios siempre da a cada quien lo que necesita y nadie queda excluido.
Él no viene para mutilar o rebajar, sino para planificar, para llevarnos hacia la medida del hombre nuevo.
La Iglesia hace suyo el comportamiento de Jesús que en un amor ilimitado se ofrece a todas las personas sin excepción, particularmente a las familias que viven la experiencia complicada) de tener en su seno a personas con tendencias homosexuales.
Toda persona, independientemente de su tendencia sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, procurando evitar «todo signo de discriminación injusta», y cualquier forma de agresión y violencia.
Acompañamos a las familias, con el fin de que aquellos que manifiestan una tendencia homosexual puedan contar con ayuda para comprender y realizar la voluntad de Dios en su vida. (Amoris laetitia, n. 250) La Iglesia católica -como institución y como personas- no siempre hemos puesto esto en práctica. Las personas de diversas sexualidades (lesbianas, gays, transgéneros, transexuales, bisexuales…) han recibido de la Iglesia, muchas veces, rechazo, discriminación, humillación, juicio, condena, exclusión.
A la Iglesia le ha costado el aceptar la diversidad sexual como parte de la realidad humana existente (diversidad confirmada por las ciencias); le ha costado ver a todas las personas en igual dignidad más allá de su sexualidad, raza, color, condición social, etc.
Para poder centrarnos en lo fundamental de nuestra fe cristiana no vale comenzar por una doctrina, una moral, una ley, un ideal, sino en lo que le da sentido: El amor con que Dios nos ha amado y nos ha salvado en Jesucristo.
Él tiene la iniciativa. el don, En el encuentro con esta experiencia real y verdadera es como las personas nos acercamos a la fe y a la vida que queremos vivir, como respuesta al amor de Dios y como una respuesta de amor a nuestros prójimos.
Lo primero es la experiencia personal de ser abrazados con una misericordia inmerecida, gratuita, incondicional, fiel y permanente, de parte de Dios.
Porque hemos recibido y recibimos siempre amor misericordioso, queremos dar y vivir amor misericordioso, en todo y a todos.
Ese es nuestro sello distintivo como cristianos, como Iglesia, aunque todavía nos cueste asumirlo de veras y practicarlo.
Pero ese es el fundamento sobre el que hemos de construir, desarrollar y practicar nuestra fe, doctrina, moral, pastoral. Poner otros contenidos, juicios, criterios, no necesariamente nos hace ser cristianos.
La misericordia no es sólo el obrar del Padre, sino el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos. Estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia.
Todo acción pastoral debería estar revestida por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia.
Es verdad que a veces «nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas» (Amoris laetitia, n. 310).
La enseñanza de los últimos Papas (Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco) llega a nosotros con enorme claridad para centramos en lo fundamental del ser cristianos y para animarnos a vivir esa experiencia, al modo de Jesús que ha actuado con misericordia o compasión, es decir, con un corazón que siente y acoge la realidad de la personas en su necesidad, debilidad, dolor, miseria, pecado, marginación, y desde ahí los rescata, les ofrece vida nueva, les devuelve su dignidad, los integra a la sociedad.
En Jesús todo habla de misericordia; en un cristiano todo debe transmitir misericordia. “Dondequiera que haya cristianos -ha dicho Francisco-, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia”, no signos de condena, juicio o rechazo.
El camino de la Iglesia es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración. El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre, [Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia “inmerecida, incondicional y gratuita”. Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio (Amoris laetitia, nn. 296-297).
Paz, fuerza y gozo.
Beto CSB
Escolasticado Basiliano.