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Un padre perdona.

“Un padre perdona al hombre que mató a su hijo”, decía el encabezado del periódico. Un verano por la tarde el pequeño Adrián González regresaba a su hogar, venía de la alberca donde había estado nadando e iba tranquilamente en su bicicleta, de pronto, en la esquina apareció dando vuelta un automóvil a exceso de velocidad, golpeando al pequeño Adrián causándole lesiones graves. Rápidamente fue llevado al hospital, e inmediatamente se localizó a su familia notificándoles del accidente ocurrido.

Sus padres esperaron a la puerta del quirófano esperando recibir alguna noticia de Adrián . Por fin salió un caballero vestido de blanco, era el médico responsable en turno. Con mucha pena les dio la noticia que el pequeño había fallecido pese a los intentos de todos los médicos.

¡Qué noticia! Los padres del niño temblaban como una hoja en la tempestad, parecía que era lo más que podían soportar. Unos cuantos días después del funeral, se llevó a cabo el juicio del culpable. En medio de la escena dramática del juzgado, el padre de Adrián se encaminó a través del cuarto hacia el hombre que le había quitado la vida a su pequeño, el padre le extendió la mano y después de unos segundos dijo: “quiero que sepa que no le odio… que le he perdonado en mi corazón”.

¿Qué tan difícil nos es perdonar? Sin embargo que tan fácil guardamos resentimientos que se convierten en odio, en rabia y que poco a poco nos vamos llenando de amargura que se va reflejando en una vida agria, hosca y sin alegría y que responde abruptamente a cualquier cosa que nos parezca una provocación.

Abraham Lincoln, el gran enemigo de la esclavitud, se cuenta que era famoso por la nobleza de sus sentimientos. En una ocasión, cierta persona le reprochaba por qué se había hecho amigo de una persona que era considerada enemigo de la nación y no se había desecho de el de manera inmediata. Lincoln le respondió: – “Creo que usted tiene razón … nuestra misión es deshacernos de nuestros enemigos, pues bien, yo me deshice de este enemigo, transformándolo en mi amigo, mediante el poder del perdón”.

Luis XII rey de Francia, tenía muchos enemigos antes de ascender al trono, cuando fue hecho rey, pidió a uno de sus secretarios se hiciera una lista de sus perseguidores.

Al entregársela, la leyó detenidamente y en silencio, después de unos instantes marcó una cruz en seguida de cada nombre. Rápidamente se supo tal noticia y sus enemigos huyeron, creyendo que aquella era señal que había puesto el rey significaba una orden para mandarles a matar. El Rey sabiendo de sus temores, mandó que los llamaran asegurándoles el perdón y les dijo que había puesto una cruz junto a cada nombre de cada persona, para acordarse de la cruz de Cristo y esforzarse a seguir el ejemplo de aquel que en la cruz del calvario oró por quienes le estaban crucificando, exclamando: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”.

¿Cuántas veces hemos repetido lo que conocemos como el Padre Nuestro y hemos reflexionado en cada palabra que decimos? – Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, pero solo la repetimos como una frase si bien con respeto, pero sin mucho valor en nuestra vida.

Fuimos creados para vivir en sociedad, para relacionarnos y por tanto corremos siempre el riesgo de ser heridos y lastimados, pero no solo somos víctimas, también hemos causado dolor y quebranto por una palabra, un desplante en fin usted sabe a lo que me refiero.

Si, ya se, no es fácil perdonar, sin embargo necesitamos hacerlo pues no podemos vivir con ese veneno del rencor por la falta de perdón que nos va matando cada día. Sin tanto rodeo, es ahora o nunca…

¡Perdone, como Él nos ha perdonado!

Gracias por su atención y que tenga un excelente Fin de Semana.


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