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El viejo baúl.

El anciano estaba cansado y sumamente enfermo. Sentía que el fin de la jornada de su vida estaba llegando.

Tenía cuatro hijos y de ninguno de ellos recibía la mínima atención. Vivía en una estrecha pobreza, casi subsistiendo diariamente. Tenía una pequeña granja en la que deambulaban algunas cuantas gallinas flacas que se alimentaban de lo que encontraban en el campo.

Por milagro estas gallinas no dejaban de poner un par de huevos diariamente. El resto de la dieta del hombre eran unas cuantas frutas silvestres que cada día recolectaba y cortaba con mucho esfuerzo.

Un día, buscando entre sus escasas pertenencias encontró dos monedas de plata y se le ocurrió una brillante idea. Con paso lento se dirigió al pueblo y las intercambió por un viejo baúl. Como pudo, se las arregló para llevarlo a su casa.

Ya en casa, puso el viejo baúl en el centro de su habitación. Un día, por casualidad uno de sus hijos le visitó y al ver el viejo baúl en el centro le preguntó a su padre algo intrigado qué era lo que guardaba en ese baúl.

El anciano sabía que este día llegaría, así que con anticipación preparó su respuesta:

-“Ah, es un gran secreto que solamente conocerán tu y tus hermanos el día en que muera, pues ahí está toda mi herencia”.

Al día siguiente, el hombre enterró el viejo baúl debajo de su lecho.

Cual fue la sorpresa que a partir de entonces un hijo al menos lo visitaba cada día. Le llevaban leche, miel, pan y entre ellos hicieron un rol para mantener limpio su cuarto y el resto de la granjita.

Llegó el día que al anciano el tiempo se le detuvo muriendo en su pequeña granja.

De inmediato los cuatro hijos se dieron cita, no tanto para verlo, por supuesto, sino para ver a cuanto ascendía la herencia que les había dejado a cada uno de ellos.

Se dieron prisa para desenterrar el viejo baúl y cuál fue la sorpresa que al abrirlo solamente encontraron un papel todo arrugado escrito de puño y letra de su padre, obviamente la letra se notaba mal escrita por las manos de un anciano con manos temblorosas.

Uno de ellos tomó el papel para ver cuáles eran las indicaciones que había en ese tan esperado “testamento”.

– “Hijos míos, el auténtico amor no espera. Se entrega generosamente sin esperar recompensa alguna. Mi única herencia para ustedes es que aprendan a amar. Hubiera deseado dejarles algo más, pero mi único legado es darles las gracias por lo que me dieron en vida… Su padre”.

Los cuatro hijos, al fin comprendieron que un buen padre puede dar la vida por sus hijos, pero desafortunadamente algunos no entregan nada en vida por sus padres.

En una profunda reflexión por aquellas palabras, le dieron finalmente una digna sepultura.

Uno de ellos al pie del sepulcro arrojó un puñado de tierra y despidiéndose dijo:

-“Padre, perdóname por no haber entendido esto antes…te prometo amar sin esperar”.

La Biblia es clara en este punto de honrar a los padres: “Honra a tu padre y a tu madre que es el primer mandamiento con promesa, para que te vaya bien, y para que tengas larga vida sobre la tierra.” (Efesios 6:2-3 Nueva Biblia Latinoamericana).

¿Por qué esperar una fecha al año para expresar gratitud y respeto?

Hoy podemos empezar.

Gracias por su atención, que tenga excelente Fin de Semana.


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