Select Page

Es gracioso, pero encuentro algo muy relajante en observar a alguien realizar trabajo con las manos.
Me he descubierto muchas veces perdida en las puntas de los colores cuando son manejados por los niños y ver, como de arriba abajo van dando forma y vida a sus dibujos.

Lo mismo me pasaba hace muchos años, mientras comía, la señora que me atendía comenzaba a pasar las manos sobre su masa para preparar las empanadas que vendería fuera de la escuela – como todos los días – y yo, me perdía en el vaivén de sus manos que me llevaba a preguntarme desde donde vendría ese maíz que ahora transformado en masa, bailaba tan plácidamente entre sus dedos, si la persona que lo cosecho habría pensado en que terminaría convertido su cultivo que con tanto esmero había cuidado para dejarlo en perfecto estado.

Y luego, que habrían sentido los animalitos que sin duda salieron huyendo después de que protegieran los maizales para que no se les ocurriera acercárseles, pero … si los bichitos son tan malos para los cultivos ¿Por qué les dieron un espacio entre nosotros?

Es más, ¿Por qué a nosotros nos han dado un lugar en este universo?
Y entonces… Silencio. Silencio es lo que reinaba en ese momento y no he sido la única que se ha quedado esperando una respuesta caída del cielo.

1913 fue el año que vio nacer a Albert Camus, en Argelia.
Perdió a su papá cuando solo tenía un año de edad.
Su niñez y adolescencia estuvo enmarcada por una vida de pobreza.

Amante del futbol, que fue su pasión desde pequeño y lo llevó a formar parte del equipo Montpensier, de esta época, recuerda Camus, “aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice derecha”.

Logró concluir su educación básica y bachillerato con ayuda de diferentes becas y con el apoyo de su madre que era sordomuda, analfabeta y que se desempeñaba como empleada doméstica, oficio que le permitió sacar adelante a Albert y a su hermano.

Años más tarde, se matriculó en la universidad para estudiar filosofía y continuó con su pasión, el futbol.

A los 17 años, le diagnosticaron tuberculosis que le obligó a abandonar los terrenos del juego y tuvo que dedicarse entonces a su otra pasión: La escritura. Camus es uno de los grandes exponentes del existencialismo y considerado el padre de la filosofía de los absurdo.

Volviendo a la escena donde poso mis ojos firmemente en las manos de la señora sujetando la masa y esperando la respuesta a mi pregunta ¿Qué hacemos parados en este universo?, Camus me susurra una respuesta: la vida no tiene sentido, pues el universo simplemente existe y este es indiferente a nuestras preguntas existenciales.

A esta brecha que existe entre la búsqueda del significado del ser humano y la indiferencia del universo Camus la llamo “El Absurdo”.

El Absurdo es el resultado de buscar significado a un universo que no lo tiene, esa consciencia de que la vida humana no tiene trascendencia para el universo comienza a hacerse claro cuando nos damos cuenta que hemos permanecido solo una pequeñísima parte de nuestra existencia en él. Camus, ocupa un relato de la mitología griega para dejar más claro el tema del Absurdo, “El Mito de Sísifo”.

En resumen, este relato nos habla del castigo que recibe el Rey Sísifo por parte de Zeus y que consistía en cargar una pesada roca hasta la cima de una colina, sin embargo, al llegar a su meta, la roca irremediablemente volvía a caer, Sísifo, debía regresar por la roca y volverla a subir, pero la roca volvería a bajar y así por toda la eternidad.

La crueldad del castigo reside en lo triste, inútil y sin sentido de su trabajo, mismas cualidades que para Camus tiene la vida humana. ¿No lo creen?

Permítanme hacerles un pregunta ¿Se han sentido atrapados en la rutina de sus días? Desayunar, ducharse, ir al trabajo, comer, regresar al trabajo, volver a casa, cenar, dormir y despertarse a realizar lo mismo al día siguiente, todo esto 5/24 durante todos los años de nuestra vida (con algunas pequeñas variantes en fines de semana que al final forman pequeñas rutinas que tienden a repetirse cada sábado y domingo) y ahora ¿Les checa?

De alguna manera todos somos Sísifo, repetimos a lo largo de todos los días las mismas actividades, caemos en la rutina volviéndose algo automático y sin sentido.

¿Y luego? Camus decía que hay tres formas en que podríamos reaccionar ante lo absurdo siendo una de ellas El Suicidio, respuesta que tenían aquellos que no comprenden al mundo y se ven rebasados por él y normalmente ocurre cuando perdemos aquello en lo que habíamos depositado el sentido de nuestras vidas (la salud, “el amor” – lo pongo entre comillas porque saben lo que pienso al respecto -, el empleo, una vida sin preocupación ) aquello que nosotros concebimos como la razón de vivir, también puede convertirse en nuestra razón de morir.

Una segunda forma es El Suicidio Filosófico, este surge de la esperanza de los mundos color de rosa donde solo reina la paz y la bondad, la justicia y la igualdad que nos hace tomar sentido a este valle de lágrimas en el que nos encontramos inmersos porque creemos que en la próxima vida estaremos flotando entre nubes de algodón y ositos cariñositos en todos los rincones.

Las religiones pues, son una especie de suicido filosófico pues matan en nosotros esa duda que nos incita a la búsqueda, para convertirnos en personas que aceptan ciegamente las respuestas prefabricadas que tiene la religión.

Antes de que alguien se sienta un poco ofendido, Camus se dio cuenta que no solo las religiones prometían mejores mundos futuros, si no también algunas posturas políticas, por ello todos compramos, sin dudar, las más dulces promesas de campaña: un país sin desigualdades donde las necesidades de todos los ciudadanos serán satisfechas.

Cabe decir que Albert no veía en ningún tipo de suicidio una respuesta adecuada a lo absurdo es por ello que él proponía una tercera opción:

La Aceptación. Aceptar que la vida es absurda pero aun así abrazarla con amor y con el conocimiento de que lo que hagamos no tiene ninguna trascendencia pero nuestra pasión y entusiasmo por vivir son nuestras armas contra lo absurdo.

La alegría, la libertad, la felicidad, la satisfacción de quienes somos, son las herramientas que nos hacen enfrentarnos a un mundo que – muchas veces – carece de sentido. Y no es que realmente el mundo no tenga sentido, son más bien las expectativas que depositamos en él. Camus nos propone dejar de buscar significado a la vida y simplemente vivir con intensidad valorando todo lo que hacemos en cada uno de nuestros días.

“El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar el corazón de un hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.” Albert Camus, en El mito de Sísifo.

 


TAGS