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Mtro. Ignacio Solano Rodríguez.

“En México, el sistema educativo no ha generado cultura científica en las nuevas generaciones,… el país necesita hacer un esfuerzo serio para que la educación, en todos sus niveles, arme vocaciones científicas que contribuyan a que se formen nuevos investigadores que produzcan conocimiento”.

Muñoz  García, catedrático de la UNAM, asevera lo anterior por los antecedentes históricos de la inversión precaria a la investigación en México. Si lo anterior es preocupante,  señalar lo medular es todavía mayor.  Considero que lo alarmante es no tener sentadas las bases educativas para aplicar un modelo pedagógico que sea permanente y efectivo en la formación de las habilidades científicas que necesitan nuestras futuras generaciones.

Generar procesos formativos que aumente la cultura, y en específico, el conocimiento científico, implica tiempo y visión. Tiempo que inicie, arrastre y siembre desde las etapas tempranas del desarrollo de toda persona. Esto requiere que las acciones educativas sean sistemáticas y vinculadas entre los diferentes niveles educativos: educación inicial, educación básica, educación media superior y superior, es decir, que bajo un programa de formación, en la investigación y el método científico, alumnos, desde prescolar hasta universidad, adquieran el asombro por lo nuevo, asuman el camino innovador de generar nuevos conocimientos y sobre todo, que consoliden una formación que les permita impactar en su entorno, ya sea a través del ensayo y error o de la simple imaginación.

¿Qué tipo de esfuerzos necesitamos para formar personas con vocación científica? Las principales vías para llegar a ello son dos: primero, las interacciones humanas en el ambiente familiar y escolar, y segundo, las políticas públicas de quienes rigen el curso de la sociedad. Solo en la familia se alienta, se detiene o se atrasa el crecimiento en la seguridad, en la búsqueda y en la creatividad. Un hijo que está estimulado para que busque la respuesta o genere la pregunta, estará acostumbrado a avanzar para aprender y no esperar para recibir. Es en el seno de la familia –como sea que esté compuesta- donde la persona tiene su primer encuentro con el asombro y la invención. Para mantenerlo y acrecentarlo, se buscará una escuela que en su método, en su esencia y en su visión tenga la investigación como herramienta, la creatividad como norma y el cuestionamiento como medio de crecimiento humano.

Si tenemos una educación científica en lo micro, necesitamos en lo macro incentivar la investigación. Las políticas educativas para ello tienen que ser creativas, abrumadoras y rápidas pues no tenemos mucho tiempo, más bien, estamos muy atrasados. Parafraseando a Alfonso Reyes, hemos llegado tarde al banquete intelectual e innovador en la esfera mundial de avance tecnológico y científico.

Conocimiento ¿para qué y para quién? Desde luego que es fundamental llegar al conocimiento, pero también es necesario saber para qué lo usaré y el bien de quien iré buscando con aquello que he descubierto.

La finalidad ética del conocimiento es pertinente en un mundo en el que rápidamente se está cambiando y se está innovando. La brújula de nuestra cientificidad es el bien humano, el propio o el del otro. Si enseñamos a buscar para el bien de alguien, nos encontraremos con una sociedad más humana y más solidaria, elementos indispensables para conservar la especie y la esperanza.


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