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San Jeronimito de los Alducin ha avanzado a pesar de los traspiés que la vida inmisericorde de la democracia transformadora le ha asestado; su devenir en las páginas de la historia se ha cincelado con sangre sudor y lágrimas como dice la canción, y ahora mismo se yergue como ejemplo hasta las comarcas más lejanas.

Don Filiberto, mejor conocido como Don Fili, por fin alcanzó la presidencia municipal, y aunque su carrera política está llena de variados esfuerzos y de sacrificios reiterados siempre por sus conciudadanos, inclusive de amenazas de muerte que ha sabido difuminar en su mente proclive al esfuerzo, ahora que ve los primeros 10 meses de gobierno, siente un escalofrío que le tuesta la piel.

San Jeronimito es un pueblo premiado y distinguido por el altísimo, porque no solo cuenta con clima envidiable durante todo el año, con amapolas en flor y geranios por doquier, sino que sus tierras aun sin riego florecen cada 6 meses con producciones que envidian los pueblos vecinos; cuenta también con las flores más bellas del ejido, las mujeres más suculentas –valga la expresión- porque éstas fueron dotadas por la naturaleza por aquello que atrae, seduce y provoca en todos los hombres; en fin San Jeronimito es una estampa de lo que debe ser el paraíso.

Don Fili ganó la contienda con agallas, con tozudez y con maestría; ya había probado en otras votaciones presentando los problemas de la comunidad, sus soluciones concienzudas y siempre perdía, -dicen las voces callejeras que con fraude-, lo que sí es cierto que cuando decidió prometer mil cosas, si, mil que cumpliría en el primer año de gobierno todo cambió, porque ahora ganó con elocuencia y el pueblo como si fuera cantante del viejo “Acapulco tropical” lo abrazó y lo hizo suyo para siempre, bueno casi para siempre.

Los ejes de su campaña y ya de gobierno fueron: moral, economía y seguridad.

Con respecto a la moral juró que terminaría con la prostitución en los primeros cien días de gobierno, los dos bares gais serían clausurados de inmediato, y todos se aprenderían de memoria una “Cartilla de la moral y las buenas costumbres” que su compadre Pánfilo tanto le recomendó.

Las mujeres deberían vestir con decoro, nada de andar enseñando demás, porque como dijera el sabio viejo del pueblo: “el hombre es estopa, la mujer fuego, viene el diablo y sopla”; la misa de los domingos sería obligatoria, y de no hacerlo la faena de barrer la plaza pública sería el castigo.

La economía después de la alta moralidad, fluiría como rio primoroso de mayo, habría nuevos empleos, y las tiendas ganarían más, y todos seríamos felices.

En cuanto a la seguridad, la bonanza de la economía, y la moralidad como monedas de cambio harían un San Jeronimito muy seguro, además de que los policías de siempre ahora se llamarían: “guardia municipal” con brazalete como capitanes de futbol.

La suerte estaba echada, y solo un torbellino cambiaría el destino tan prometedor para los Jeronimences.

Don Fili creyó que solo podría confiar en su ahijado Cupertino, era de una buena, santa y recatada familia, y además desde que dejó el alcohol su vida casi es ejemplar. Cada mañana está en la capilla del santísimo, y es dirigente de la cofradía de los “cuatro clavos de Cristo”, sí, tres de plata y uno de oro, el que atravesó su corazón de acuerdo a la tradición de los gitanos.

Cuper es el ungido, el ínclito que todo gobierno quisiera. Fue elegido director de gobierno con los mejores augurios. Sin embargo, la vida es malévola y misteriosa, porque el poder marea hasta los que están oliendo a santidad, y pronto Cuper inició sus tropelías, el alcohol regresó a su sangre y las mujeres que vivían del oficio más antiguo de la humanidad –bueno así se dice-, fueron reclutadas como asistentes personales del Cuper; pidió derecho de piso a cada tienda y negocio, quesque para ayudar a los niños sin padres, y dio paso a las cantinas clandestinas llamadas jocosamente: “las after”.

Don Fili se mueve feliz y airoso en el poder, e imaginando que su voz es tan poderosa como el rayo, gusta caminar por las calles de San Jeronimito, que lo abrasen, y si son damas mucho mejor, e inclusive gusta de tomarlas de la cintura para las selfis que no faltan. Se ha acostumbrado que la única verdad es la que sale de su boca, todos los demás siempre están equivocados, y cuando con desfachatez temeraria los pocos periodistas del pueblo lo increpan haciéndole ver de las acciones de Cuper, él sonriente suele contestar: “No es cierto, yo tengo otra información, estamos bien y de buenas, prefiero abrazos y no balazos”.

Como dice el dicho: “A cada santito le llega su fiestecita”, o “Todo terrícola tiene un difunto en su closet”; el día del informe que el reglamento del pueblo le manda hacer a la comunidad, Don Fili descubrió que lo que iba a decir era falso; seguía habiendo “inmoralidades “en la calle, los bares gais seguían abiertos, y por cierto ya había tres nuevos: “La niña, la pinta y la Santa María”, y el robo de ganado había aumentado.

Don Fili no se desanimó, porque sigue pensando que son fantasías de un gobierno antiguo y torpe llamado “neo liberal “y “conservador”, y que él con su vivo ejemplo hará el cambio que ya se ve en cada casa, en cada persona; sigue creyendo en Cupertino, daría la vida por esta cruzada por la verdad, y celebra que ahora sea presidente del pueblo, porque está seguro y se dice a sus adentros: “San Jeronimito ya me merecía, hago falta a este pinche pueblo que pronto se convertirá en ejemplo vivo de todo el continente”. “Soy bien fregón”. ¡VENGA LA TRANSFORMACIÓN ¡


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