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Psicoterapeuta

Uno de mis compositores favoritos es Edgar Oceransky. Durante la explicación de una de sus canciones hace referencia a que cuando nos enamoramos presentamos tres síntomas. No voy a explicar cada una de estos porque en realidad el síntoma que ocupa esta columna es el primero, – que cada que comento sobre ello hago una comparación a que nuestra fábrica de químicos trabaja mejor que el laboratorio de Walter White – sin embargo él lo aterriza muy bien con el termino obnubilación.

La obnubilación desde la sociología hace referencia a la capacidad que pierde una persona de razonar, de actuar con claridad, es decir, nos volvemos algo como muy torpes o poco sensatos a la hora de conducirnos. “El amor que no es locura no es amor” dice Calderón de la Barca y es que más allá de quedarse solo en una frase estoy segura que varios de nosotros hemos llegado a desconocer nuestras formas de comportarnos cuando “nos traen de un ala” pero ¿Porque llegamos a conducirnos de esta manera cuando somos tocados por el amor?

Cuando recién comenzamos a darnos una oportunidad en las artes del amor – allí por los 15 años – anda uno todo distraído pensando en ella o en él todo el tiempo.

Al ser la primera vez que nos entregamos a este placer en la euforia que nos encontramos, creemos que con ese primer amor nos vamos a casar, hacemos planes de cómo serán nuestros hijos, como se llamará el perro y de qué color pondremos el mantel del comedor de nuestra casa; cuando todo termina nos tiramos al otro lado super dramático, el creer que nunca más nos volveremos a enamorar – suena de fondo “yo no nací para amar” – y hasta llegamos a pensar que la vida carece de sentido sin el o ella.

Luego ya con el pasar del tiempo nos damos cuenta del super oso que estábamos haciendo en aquellos años de nuestra vida.

Lo cierto es que esta forma de actuar no es “por que si”, incluso me atrevería a afirmar que muchos de nosotros aun tenemos estos comportamientos a nuestros treinta y tantos y bueno, la razón es simple y sencillamente porque el “amor” funciona en nosotros de la misma manera que lo hacen las drogas. Apagando nuestra consciencia y dándole la bienvenida a la obnubilación.

Al respecto el Doctor en Psicología Sebastián León, explica que el amor activa los centros neuronales localizados en el sistema límbico que están relacionados a las recompensas, estos mismos centros son los que se activan cuando consumimos tabaco, alcohol o algunas otras sustancias activas; esto explica la sensación de euforia, el cambio del ritmo cardiaco y algunos otros rasgos secundarios del enamoramiento.

Así que como te darás cuenta a nivel neuronal el “amor” nos “duerme” y entorpece algunos de nuestros procesos cerebrales gracias a la disminución del cortisol, que es una sustancia química que funciona como un puentecito que lleva información de una neurona a otra neurona.

Esta sustancia tiene mucho que ver con nuestros estados de alerta, de concentración y con mantenernos despiertos.

El exceso de dopamina que segrega nuestro cuerpo al sentirse enamorado, nos hace creer que estamos viviendo en un mundo rosa y que todo esta bien, por lo tanto nuestra producción de cortisol baja y es así como “no dormimos pensando en el/ ella”, “no podemos concentrarnos porque esta en todos lados – hasta en la sopa – “. Es entonces cuando la obnubilación se ha apoderado de nuestro bello cerebro.

Y así nos vivimos en el eterno Romeo conquistando a nuestra bella Julieta pues aunque nos estemos rompiendo en una relación donde todo mundo ya se percató que no da para más, nuestros oídos se siguen haciendo sordos al “amigo/a, date cuenta” y es que si, estamos dormidos, una parte por lo que nos dice nuestro cuerpo y la otra por todas las creencias que a través de las canciones, las películas y los poemas hemos comprado del amor, por lo que es muy fácil que terminemos enamorados de una idea.

Lo más triste es que esta idea solo vive en nuestra cabeza y no en la de la otra persona, pues cuando todo colapsa mientras nosotros nos quedamos en una mesa del rincón lamiendo nuestras heridas, con unas de José Alfredo, la otra persona sale a continuar con su vida.

Esto no quiere decir que no es que no nos haya querido, si no que más bien tiene un mejor manejo en la química y las ideas del amor.

Al final con todo esto es imprescindible saber que después de vivir un intenso romance no saldremos ilesos de él, pero relajando el cuerpo, la mente, el corazón y aceptando la realidad dejando a un lado las expectativas volveremos al amor… propio.


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