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Hace unos días con mis alumnos, leyendo sobre las sufragistas,  y cómo el movimiento surgió en muchas partes del mundo, surgió el término to die for.

Comentábamos que to die for tiene dos significados, uno literal, que es, morir por algo: he died for his country; y otro metafórico, que es cuando quieres algo con muchas ganas o deseos, por ejemplo I am dying for a drink.

El título de la lectura era Dying for the Vote, una lectura muy apropiada, ya que el 17 de octubre de 1953, Ruiz Cortines, ya como presidente, promulgó las reformas constitucionales que otorgaron el voto a las mujeres mexicanas en el ámbito federal y se publicó en el Diario Oficial el nuevo texto del Artículo 34 Constitucional.

Al final de la lectura, y a manera de discusión planteamos una pregunta: ¿Hay alguna causa en tu país o en el mundo por la que sientas un deseo enorme de mejorar, de cambiar?

Un silencio prolongado llenó la sala. Unos minutos después un alumno levantó la voz. Maestra, es una buena pregunta, nos deja pensando.

Y yo también me quedé pensando. Honestamente, creo que termino aprendiendo de ellos. Pensé en los propósitos de nuestros programas de estudio. Sé que los programas de educación profesional es preparar a los aspirantes a profesionales para los desafíos de la práctica dentro de una profesión en particular.

Por lo general, estos programas buscan garantizar la adquisición de los conocimientos y habilidades necesarias, así como brindar oportunidades para su aplicación. Aunque no niego la importancia del conocimiento y las habilidades, creo que es necesario reconfigura la educación profesional como un proceso de devenir.

Aprender a ser un profesional implica no solo lo que sabemos y podemos hacer, sino también quiénes somos. Implica la integración de saber, actuar y ser,  de formas profesionales de ser que se desarrolla con el tiempo. Cuando un programa de educación profesional se enfoca en la adquisición y aplicación de conocimientos y habilidades, no logra facilitar su integración en las formas profesionales de ser.

Repensar la ontología, que incluye el ser de seres humanos y no humanos, es un tema recurrente en la obra maestra de Heidegger, Ser y Tiempo, así como en muchas de sus obras posteriores.

Heidegger consideró necesario aclarar qué significa ser humano. Consideró los modos de conocimiento, como la arquitectura, la biología, la historia, etc., como formas de ser humanos. Esto significa que si queremos entender completamente el conocimiento dentro de varias formas de práctica profesional, debemos entender el ser de aquellos que saben.

Un elemento central de la ontología de Heidegger es su concepto de “ser-en-el-mundo”, que enfatiza que siempre estamos integrados y entrelazados con nuestro mundo, no simplemente contenido dentro de él. Como señala Heidegger, generalmente estamos absortos en una variedad de actividades y proyectos con otros que involucran el uso de herramientas o equipos y producción de artefactos.

Generalmente llevamos a cabo estas actividades y proyectos en un modo de “cotidianidad promedio”.

Es decir, generalmente estamos absortos, y damos por hecho, la rutina de todos los días, así que generalmente no lo colocamos bajo escrutinio. Operando en un modo de cotidianidad promedio nos permite completar nuestras tareas y actividades. Pero también nos condena a un mundo de zombies.

A medida que avanzamos en nuestras actividades y proyectos, aprovechamos las posibilidades que están abiertas para nosotros. Por ejemplo, podemos buscar oportunidades para interactuar con personas particulares o tomar medidas que nos coloquen en una nueva carrera profesional. Para Heidegger, ser humano significa tener posibilidades, o posibles formas de ser.

También nos entendemos en términos de posibilidades. Esta dirección hacia las posibilidades significa que estamos continuamente en un proceso de transformación; más específicamente, orientados a lo que “todavía no” somos.

Por ejemplo, si nos comprometemos a convertirnos en docentes, músicos o economistas, lo que buscamos es saber, es conocer cómo actuar y quiénes somos y todo esto está dirigido por este compromiso que establecemos al principio y que organiza y constituye nuestro devenir.

Al tomar algunas posibilidades y no otras, contribuimos a formar nuestro presente y futuro, con la anticipación y la ansiedad que esto conlleva. Dado que estamos entrelazados con nuestro mundo, las posibilidades que se nos presentan no son ilimitadas, como se analiza a continuación.

Thomson dice que “Los seres humanos no solo tienen una variedad de formas posibles de ser, sino que también nuestro ser es un problema para nosotros; nos importa quiénes somos y en quién nos estamos convirtiendo. Somos “un ser que toma una posición sobre su ser y que se define por esa posición”. Las gradas que tomamos tienen un significado especial en eso:

La forma en que la realidad aparece para nosotros está filtrada y circunscrita por los peldaños que tomamos sobre nosotros mismos, los proyectos de vida encarnados que organizan nuestras actividades prácticas y así dan forma a la inteligibilidad de nuestros mundos.

En otras palabras, quien eres refleja también tu realidad y la moldea. Lo que quieres ver en el mundo empieza con los cambios en uno mismo.

Al formar potencialmente y dar forma a los peldaños que tomamos, la educación puede jugar un rol importante en quién nos estamos convirtiendo: en lo que llegamos a saber, cómo actuamos y quiénes somos. Y quizá el término de To dye for pueda tener un sentido metafórico importante en nuestras vidas.


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