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Tengo un pequeño amigo de 3 años con el que comparto la mayoría de mi tiempo.

Camino a la escuela, al parque, a la tienda, al mercado o cualquier lado se convierte en una “maquinita” bombardeadeora de preguntas: ¿Por qué los niños lloran? ¿Yo fui bebé? ¿Por qué hay tanto ruido? ¿Por qué tengo que ir a la escuela? ¿Por qué mamá? ¿Por qué?…

He llegado a creer que cualquiera de nosotros a esa edad es una divina y bella representación de Sócrates.

Sócrates fue de los pensadores más grandes de la historia y de quién asombrosamente no sabemos gran cosa, pero se dice que iba por las calles predicando lógica tal como Jesús lo haría siglos después predicando amor.

Lo asombroso de ambos es que sin dejar un legado escrito, han ejercido una gran influencia en el pensamiento humano.

Sócrates estaba en contra de ello pues decía que cada persona era responsable de hacerse de su propio conocimiento sin “tomar” lo que otros dejaran por escrito. Lo poquito que se sabe es gracias a lo que otros griegos escribieron sobre él.

Los Diálogos Socráticos es una recopilación de conversaciones que, según Platón – quien fuera su discípulo- , Sócrates sostuvo con varias personas y nos dan un panorama de su pensamiento y su personalidad.

El ser un pensador era de lo más “nice” en aquella época, Atenas lo consideraba como una persona muy sabia y por ello gran mayoría de sus habitantes deseaba tener su atención, especialmente los jóvenes que gustan de escucharlo reflexionar y de su personalidad irreverente. Sócrates lo cuestionaba todo (y si digo todo es todo – las mamás con niños de tres años lo entenderán) pues decía que el verdadero conocimiento se lograba haciendo preguntas sobre las ideas antes de considerarlas verdaderas.

Nos propone dudar de todo: lo que nos digan los amigos, los maestros, la iglesia, los padres, el novio … ¡todos! si algo de lo que te han dicho se adecua a la realidad acéptalo como verdadero, si no simplemente descártalo.

Su famosa frase “Solo sé que no se nada” argumenta que la verdadera sabiduría comienza cuando reconocemos nuestra ignorancia, pues un “sabelotodo” difícilmente podrá ir a la búsqueda del conocimiento.

También dice que el autoconocimiento es la base de la sabiduría.

Esto implica para Sócrates examinar el propio comportamiento: ¿Por qué hago lo que hago? ¿Por qué digo lo que digo? ¿Por qué pienso como pienso? ¿Por qué me gusta el chocolate? ¿Por qué le voy al América? ¿Por qué son fan de Luis Miguel? (viene a mi cabeza el meme altamente conocido de la chica parada frente al espejo preguntándose “¿Por qué eres así?”).

Cuando somos capaces de comprender nuestra conducta podemos cambiarla, modificando así también, nuestra realidad.

El conocimiento hace que una persona se “porte bien” lo que le traería paz, mientas que una persona que se “porta mal” lo hace por su propia ignorancia sin saber que esto le traerá malestar y tristeza.

Ahora bien, si en aquella época nuestro Sócrates era amado por – casi todos- ¿por qué lo condenaron a muerte?

Pues porque cayó en la molestia – del otro, casi todos- con una herramienta muy poderosa utilizada aún en nuestros tiempos (quienes se claven en discusiones cuestionando a los otros en las publicaciones del Facebook ¡bienvenidos al club!) “La Mayeutica”, que consiste en hacer un montón de preguntas lógicas sobre un asunto en particular con la finalidad de que la “víctima” – quien es atacada con todas estas preguntas- pueda encontrar la verdad.

Suena muy bonito pero si les ha pasado sabrán que no es tan divertido ser bombardeado de preguntas.

Nuestro querido Sócrates era preguntón con todo el mundo, todo el tiempo y si lo dudan dense una vueltecita por los Diálogos Socráticos.

En fin, lo encuentran culpable de corromper a la dulce juventud de aquella época, así como de ser ateo por lo cual lo condenan a muerte.

Sus amigos trataron de ayudarlo a escapar pero él se negó, decía que no había porque temer a la muerte e incluso pensaba que podría ser una grata experiencia. Además quería probar que las leyes podrían ser obedecidas y respetadas incluso aunque estuvieran mal.

Al final, Sócrates bebió cicuta y murió a los 70 años aproximadamente pero su legado perdura hasta nuestros días, si lo quieren comprobar usen la mayéutica en su paso por las publicaciones de internet o en sus conversaciones para “sacar de quicio” amigos, enemigos y gente de confianza, les aseguro que funciona.


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