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Ver el mundo con los ojos de un poeta es ver en él un esplendor inusual y una alegría irrazonable donde otros ojos solo ven desolación, solo vacuidad. James Baldwin, escritor y activista por los derechos civiles afroestadounidense escribía que “Solo un artista puede decir cómo es para cualquier persona que llega a este planeta,  sobrevivir”. Cómo es morir, o que alguien muera; lo que es estar contento. Baldwin consideraba a todos los artistas poetas, no por lo que hacen, sino por cómo ven el mundo que todos habitamos. Y solo como un primer ejemplo: Whitman.

Walt Whitman, poeta, enfermero voluntario, ensayista, periodista y humanista estadounidense, compartía junto con Baldwin, aunque sin saberlo, ese gusto tan íntimo por la poesía, y cómo ésta transformaba la manera en el que veía y sentía el mundo, y con él, cada una de las experiencias vividas. A los cincuenta y cuatro años, una década después de su servicio voluntario como enfermero en la Guerra Civil, y cuya experiencia hizo que despertara en él una conexión entre el cuerpo y el espíritu, sufrió un accidente cerebrovascular grave que lo dejó paralizado. Tardó dos años en recuperarse: la convalecencia le ayudó mucho, creía en la naturaleza y su poder curativo. “Cómo todo alimenta, me calma”, dijo exultante, “de la manera más necesaria; el aire libre, los campos de centeno, los huertos de manzanas.”

En los años posteriores a su accidente cerebrovascular, Whitman se aventuraba frecuentemente en el bosque: “los mejores lugares para la composición”, solía decir. Un día de verano de 1876, Whitman se encontraba de frente a uno de sus árboles favoritos: “un álamo amarillo”, que subía noventa pies hacia el cielo. De pie en su poderoso tronco de un metro y medio, contemplaba la inexpugnable autenticidad de los árboles, y en unas palabras que se convirtieron en una frase famosa decía que nuestros amigos silenciosos nos enseñan sobre ser más que parecer.  Una lección suprema de autenticidad de un ser “tan inocente e inofensivo, pero tan salvaje”. Esto lo escribió antes de saber sobre la comunicación que mantienen los árboles entre si y su poder para relajar a la persona más alterada.

Una fría tarde de febrero en las últimas semanas de su sexagésimo año, después de haberse recuperado del golpe que lo había paralizado durante dos años, Whitman se dio el gusto de ir un concierto a la ópera de Filadelfia. Whitman se encontró rindiendo a su trascendente transporte -porque la música también nos hace viajar- de una manera que eclipsó cualquier otra experiencia musical que hubiese tenido. Se le había revelado a él la misma esencia del poder de la música. Así que embelesado, escribe:

 Nunca más la música se hundió en mí y me tranquilizó y llenó, nunca demostró su poder para despertar almas, su imposibilidad de manifestación.

El ser humano es y está rodeado de vida. Whitman sugiere la conveniencia de enfrentarla en forma directa en su perenne devenir. El encuentro es necesario, pues la verdad, según nuestro poeta, se halla en cada cosa del universo.

“Canto a mí mismo” de Walt Whitman
(Traducción de Jorge Luis Borges)

Yo me celebro y yo me canto,
Y todo cuanto es mío también es tuyo,
Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca.
Indolente y ocioso convido a mi alma,
Me dejo estar y miro un tallo de hierba de verano.
Mi lengua, cada átomo de mi sangre, hechos con esta tierra, con este aire,
Nacido aquí, de padres cuyos padres nacieron aquí, lo mismo que sus padres,
Yo ahora, a los treinta y siete años de mi edad y con salud perfecta, comienzo,
Y espero no cesar hasta mi muerte.
Recuerdo cómo nos acostamos una mañana transparente de estío,
Cómo apoyaste la cabeza sobre mis caderas y la volviste a mí dulcemente,
Y abriste mi camisa sobre el pecho y hundiste tu lengua hasta tocar mi corazón desnudo,
Y te estiraste hasta tocarme la barba, y luego hasta tocarme los pies

El yo lírico en “Canto a mí mismo” es el eje de esa búsqueda, “No aceptarás ya las cosas de segunda o tercera mano, ni te nutrirás de los espectros de los libros, No verás con mis ojos tampoco, ni aceptarás las cosas que yo he aceptado: Escucharás todas las opiniones y las filtrarás a través de ti mismo.” La verdad para Whitman no se encuentra solo en los libros, en ideas abstractas. Está en la vida en cualquiera de sus formas. “Cuando subo las escaleras me paro a considerar si la realidad me engaña,” nos relata la voz lírica whitmaniana; “El dondiego de día que florece en mi ventana me satisface más que toda la metafísica de los libros”. El salirle al paso a la vida, el detenerse y deleitarse de su variedad, y el lograr captar sus mensajes que a buen observador siempre son profundos.

En palabras whitmanianas El crecer es la respuesta personal a la vida., y si la acompañas con poesía o la ves como si fuera la poesía misma, crecerás tan frondoso como un árbol y tan suave como una melodía.


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